Hannah Arendt: una pensadora en tiempos de oscuridad

Hace ocho años, llegaba a nuestras pantallas un estreno que pasó desapercibido entre los grandes blockbusters, pero cuyo contenido y calidad la hacen merecedora de revisarla ahora para mirarla con otros ojos. Hannah Arendt (Hannah Arendt, 2013) viene de la mano de una de las notables directoras del Nuevo Cine Alemán para entregarnos un biopic sobre una de las grandes pensadoras del siglo XX, durante una coyuntura muy precisa: el anuncio del juicio a Adolf Eichmann, criminal de guerra nazi, en Jerusalén.

Esta elección permite plantear un análisis de la filósofa, y también sirve como indagación en principios elementales de su pensamiento y como lección de historia por todo lo que en ella se relata y se recuerda. En este sentido, Margarethe von Trotta brinda una herramienta de cinefórum para tener la oportunidad de hablar de amplitud de asuntos. Desde el bien y el mal, pasando por la moral y la libertad, hasta el propio nazismo son una pequeña muestra del aprendizaje con el que esta obra cinematográfica nos obsequia si nos paramos a analizarla más detenidamente.

La historia como un oscuro telón de fondo

Hannah Arendt: una pensadora en tiempos de oscuridad

Todas las películas ambientadas en lo pretérito nos hablan de años atrás, de trances sobresalientes en nuestra historia o de sucesos con un impacto perdurable en el tiempo. Es indiscutible que la Segunda Guerra Mundial y el surgimiento del nazismo son un ejemplo de esto último.

El título que estamos comentando se ambienta a inicios de los años sesenta, década en la cual Adolf Eichmann es detenido y su juicio, anunciado como un acontecimiento de gran repercusión, tiene lugar en Jerusalén. Nuevamente, la elección de a geolocalización del juicio –como en el caso de los juicios de Nuremberg– adquiere especial relevancia. Esta vez, no se trata de una de las metrópolis mejor consideradas por el Tercer Reich, sino al contrario: una ciudad sagrada para los judíos. Esto lleva a entrever, incluso antes de iniciarse el pleito, una resolución que apuesta por la incuestionable culpabilidad de Eichmann. Por ello, esta ficción solo cubre el inicio del litigio. De hecho, la sentencia llega a Hannah cuando ya está en Nueva York redactando el artículo.

Consecuentemente, lo significativo no es el veredicto, sino la actitud del enjuiciado durante el proceso. Justamente son las escenas que lo retratan, por su forma y composición, las que nos ayudan a mirar como Hannah. La causa gira en torno a Eichmann y este es el detonante de que ella inicie su búsqueda sobre la banalidad del mal. Aunque la narrativa elude flashbacks del periodo nazi, lo que ese juicio despierta en Hannah son recuerdos del terrible enfrentamiento que golpeó a su Alemania natal. A pesar de un sutil tratamiento del nazismo –en comparación a otros films , el tema no requiere énfasis alguno porque su presencia ondea a lo largo de todo el metraje.

Pese a los casi veinte años tras el fin de la segunda gran guerra que azotó a Europa y al mundo, la cinta muestra el impacto y las huellas que esta dejó en las comunidades y en los distintos individuos. Tanto los países extranjeros que estuvieron involucrados –en este caso EE.UU., lugar donde se encuentra Hannah– como los ciudadanos que lo sufrieron directamente se ven golpeados por la desolación que dejó tras de sí el conflicto. Pese a los años, el juicio sigue mostrando el dolor del holocausto y la sensibilidad a la hora de abordar un tema tan delicado por su fuerte impacto.

Sin embargo, es sugerente cómo Hannah Arendt hace de la historia una lección de aprendizaje sobre la moral humana. Ella ve la querella, más allá de una cuestión de justicia, como una cuestión de moral que le conduce a elaborar su teoría. Arendt recaba en las declaraciones del ajusticiado para detenerse en las barbaries de la estrategia nazi y observa cómo el hombre, bajo las órdenes de líderes acérrimos, quedaba relegado a un carácter innecesario que “mataba” su ser y su sentimiento de culpabilidad, despojándolo de cualquier posterior capacidad para sentir como propias o reprochables sus prácticas en el transporte o el maltrato de víctimas a los campos de concentración.

En todo esto, la inserción de las imágenes de archivo del juicio a Adolf Eichmann permite mostrar un acercamiento más profundo al pasaje histórico, a la par que hacen más vehemente y comprensible el impacto que la disputa tuvo en la comunidad judía y la razón por la que, posteriormente, rechazarán las ideas de Hannah Arendt. En cierta manera, esas secuencias del largometraje configuran pequeñas pinceladas de una especie de documentación histórica, una fuente con la que estar presentes frente a un momento crucial al que, bajo ningún concepto, tendríamos acceso por otras vías.

Con todo esto, Hannah Arendt se presenta como una propuesta dinámica del cine alemán, que nuevamente muestra el carácter crítico con su pasado, sincero con sus personajes y con una voluntad intelectual.

El foco en una sociedad pasada y presente

Hannah Arendt: una pensadora en tiempos de oscuridad

Hannah Arendt vive exiliada en Estados Unidos junto a su marido y a un reducido, aunque intenso, grupo de amigos estudiosos y cultos, igualmente judíos. En este ambiente erudito neoyorquino de inicios de los años 60, Margarethe von Trotta se expresa con fina ironía, con toques de humor (sobre todo con el personaje de Mary McCarthy, la escritora y fiel amiga de Arendt), y refleja una sociedad firmemente crítica y sensible ante ciertos temas sobre los que no ve otra perspectiva que un entendimiento único y hegemónico.

Hay razones para ello: el conflicto es bastante reciente y las heridas aún no están curadas. No obstante, el carácter docto de la época no asusta a Arendt para que esta plantee una tesis que, pese a ser criticada, considera capital sacar a la luz. Pero la civilización que se ha levantado tras la guerra sigue siendo una donde los matices tienen mal caer y donde, como se apuntaba, solo tiene cabida un pensamiento único.

De esta manera, Hannah se mantiene firme sobre sus convicciones, soportando la sutil caza de brujas con la que se ve vapuleada por su entorno, incluso el más cercano. Von Trotta enseña cómo, en una sociedad de este talante, las opiniones discrepantes de ese pensamiento único no encuentran espacio ni para aquellos hacia los que se ha mostrado un respeto por anteriores aportaciones. En el caso de la pensadora alemana, este respecto se le había manifestado por sus razonamientos volcados en Los orígenes de los totalitarismos (1951), donde aborda justamente la causa del surgimiento de estos movimientos absolutistas y su razón de ser.

En cierta manera, la reacción hacia Arendt no es más que un reflejo de cómo, en muchos casos, nuestra cultura se muestra dispuesta a actuar. Es una revelación de ese carácter de masa que nubla la lógica personal de cada individuo en pos de un sentimiento mayoritario. Y en el ejemplo de la película, esto es más que palpable, sobre todo teniendo en cuenta lo mencionado: el estado de recuperación y sanación de heridas en el que estaba esa parte de occidente. Esa sensibilidad irritada condujo a que cualquier argumento mal interpretado fuera motivo para explotar en una reacción donde primaba el sentimiento y la emoción a la pura y necesaria razón.

Una referente en el pensamiento del s. XXI

Hannah Arendt: una pensadora en tiempos de oscuridad

Con Hannah Arendt, la directora alemana consigue un hecho destacable: dotar de movimiento a la filosofía, comunicar el pensamiento y mostrar la intensa unión entre lógica y vida a través de esta importante pensadora del siglo pasado.

Ella es un símbolo que anima a la reflexión crítica para perseguir uno de los principios esenciales en la filosofía: la verdad. En este caso, Arendt busca indagar en la verdad detrás de los totalitarismos, la que se esconde dentro de todas aquellas personas que sucumben a estos regímenes y que se nos muestra bajo la estampa de Adolf Eichmann.

Los sucesos del filme desvelan su confección de una teoría que intenta acercarnos al entendimiento de la banalidad del mal. Según la colectividad, el mal es el causante del cinismo y las atrocidades cometidas por Eichmann o en las que colaboró. Sin embargo, la pensadora va más allá para destapar algo: el mal es capaz de hundir al hombre en la más absoluta mediocridad, obligándolo a obedecer leyes y acatar normas del Estado –totalitario­–, y todo ello sin que una pizca de responsabilidad se desprenda de las consecuencias de sus acciones.

Tanto von Trotta como Pam Katz, su coguionista, hacen gala de un buen trabajo de dramatismo cuando explota la bomba de relojería de “la banalidad del mal” y la sociedad se ve sacudida por las revelaciones y las afirmaciones de Arendt. En este estallido mediático que se produce por sus declaraciones, es interesante como se introduce la presencia de otro filósofo importante –Martin Heidegger– y su relación con ella.

Hannah Arendt: una pensadora en tiempos de oscuridad

Más allá de una figura que permite indagar en el pasado de Arendt y en la relevancia que tuvo en su vida, la inclusión del emblemático profesor universitario es atrayente por dos cuestiones. Por un lado, nos muestra el poder de convicción que poseía el nazismo para llegar a todas las esferas sociales e intelectuales, dado el apoyo que Heidegger dio al régimen de Hitler. Por otro lado, nos permite pararnos a analizar las similitudes que existieron entre el pensamiento de ambos filósofos. Los dos personajes históricos se centraron, con sus claras diferencias, en el ser.

Heidegger profundiza en este desde una perspectiva más metafísica, ligándolo con la temporalidad del hombre, su condición última de mortal y el concepto de experiencia: inauténtica y auténtica. Se podría incluso afirmar que es un pensamiento desligado de la época, que culpa al desarrollismo promovido por la ciencia, la tecnología y su lenguaje. Y mientras, promueve el lenguaje poético para conseguir desligarse de la inautenticidad a la que sucumbe la sociedad con sus roles y lo que se espera que hagamos, pensemos y digamos; algo curioso teniendo en mente el posicionamiento que tomó y, más aún, la figura presente de Adolf Eichmann.

Sin embargo, Arendt habla del ser contemporáneo y el ser consecuente con sus actos recientes. Siendo testigo del juicio que toma lugar en el tiempo fílmico, ella pasa de hablar de un “mal radical que reside en hacer a los seres humanos superfluos como seres humanos” a hablar de “la banalidad del mal” y su carácter extremo vinculado a los totalitarismos y sus miembros vinculados.

Dejando esto un poco de lado, esta intelectual brinda un ejemplo para reflexionar sobre principios básicos de la ética y la moral del ser humano asociados a nuestras acciones y a nuestros comportamientos. Esto nos lleva a pensar en la libertad de nuestros actos y de aquello que decimos –algunas de las críticas lanzadas a Arendt son de obligada revisión– para ver sus límites.

Asimismo, la película es un ejemplo de cómo no siempre la sinceridad es bien recibida por todos, sin importar lo mucho que uno intente justificar y hacer ver sus razonamientos. A pesar de ello, la protagonista afirma algo destacable: “espero que pensar dé fuerzas a las personas para evitar los desastres en estos momentos en que todo parece perdido”. Una cita que, por su incómoda aplicación con nuestra actualidad, quizá sería fundamental meditar.

Más allá de la filosofía

Hannah Arendt: una pensadora en tiempos de oscuridad

Con todo lo mencionado, recuperar esta trama cinematográfica va más allá de rescatar el pensamiento y la visión de una intelectual apasionada por la verdad en la condición humana. También nos hará conscientes del impacto universal de su legado y, por tanto, de la importancia que nos deja como referente femenino.

Hannah Arendt es una de las grandes pensadoras nacidas en el complicado siglo XX y una de las pocas mujeres en vanguardia de una disciplina que, hasta entonces, estuvo liderada por hombres. No obstante, ella demuestra ser igualmente un modelo a seguir tanto por su persona –segura, profundamente honrada, amiga de los amigos–, como por su metodología de trabajo que aboga por comprender antes de expresar, por entender sin que esto signifique estar conforme y por reflexionar y exponer sin miedo a debatir.

Al final, es más que encomiable adentrarnos en esta propuesta de Margarethe von Trotta para descubrir nuevamente un relato capitaneado por una mujer inmersa en una disyuntiva compleja y disfrutar de unos minutos agradables e instructivos. Un rato que nos puede servir para ver que, como alega el refrán popular, “el saber no ocupa lugar” y, por ende, el filosofar tampoco.

Firma: Yoel González