Koreeda: una mirada a la infancia y la familia

Hace sesenta y cuatro años, en un día como hoy, se publicó la Declaración Universal de los Derechos del Niño. Por ese motivo, desde Contraste hemos creído que es una buena oportunidad para sumergirnos en la filmografía de Hirozaku Koreeda. La familia y la infancia han tenido una presencia crucial en sus retratos, donde se plantean ciertas problemáticas que afectan a los más pequeños y a los que ellos se han de enfrentar en ocasiones, al igual que ha configurado en pantalla cómo ciertas dinámicas intrafamiliares o problemas internos pueden tener consecuencias en edades tempranas.

Koreeda ha demostrado una capacidad para abordar temas difíciles o controvertidos en torno a los que invita a un profundo debate desde una honestidad, una elegancia, un pudor y un respeto que no frivoliza dichas cuestiones. Así pues, en sus más recientes títulos, puntos de partida cuestionables como “el abandono de un bebé que se pone a la venta” que se propone en Broker o la mentira, el bullying y los juicios prematuros sembrados en Monstruo acaban sorprendiendo al desarrollarse como crónicas sensibles cuyas reflexiones sugeridas siempre acaban siendo encaradas desde el optimismo y el vitalismo.

Además, una de las cosas con las que Koreeda es capaz de llegar al espectador es su habilidad para contar historias desde una emotividad que acaba conmoviendo y ablandando los corazones de todos los presentes. Es un cineasta renombrado cuya entrega y mirada ha construido una selección de obras sobre las que, en el blog de noviembre, ponemos toda nuestra atención.

Firma: Yoel González

Koreeda: una mirada a la infancia y la familia

Índice:

Hirozaku Koreeda es un director empeñado en reinventarse, en ser diferente en cada paso, pero lo cierto es que su cine concentra un tema clave: su particular visión del ecosistema de la familia y la infancia. En la observación de esas relaciones, consigue además extraer una verosimilitud de las grandes interpretaciones, incluso de los niños de sus películas. Para ello, disfraza la complejidad de sencillez y se mueve con altura entre el naturalismo y cierto aliento poético.

Koreeda se nos presenta como el François Truffaut del cine oriental, cuyo cine nos hace disfrutar de lecciones sobre los valores familiares, mientras paralelamente a la exploración de ese núcleo y sus conflictos, también trata temas como la memoria, la muerte y asumir la pérdida. Sus películas son poesía visual de lo cotidiano donde se nos presenta como un joven maestro heredero de los viejos maestros (Yasujirō Ozu a la cabeza, pero también Akira Kurosawa y Mikio Naruse).

Así con las siete películas sobre las que nos detendremos, nos sumergimos en esa visión personal de la familia y la infancia desde oriente bajo la mirada de un director que cada obra que estrena, y lo hace con frecuencia, es un éxito de crítica y público en occidente.

Nadie sabe (2004)

Koreeda: una mirada a la infancia y la familia

Nadie sabe está basada en un hecho real que tuvo lugar en Tokio y presenta una historia de maltrato infantil fundamentada en la irresponsabilidad de los padres. La narración tan delicada del director nipón ante una situación dolorosa que no es infrecuente permite que el mensaje sea más contundente.

Keiko (You) es una madre joven con cuatro hijos, una mujer enamoradiza e irresponsable a la que sus parejas abandonan. Ella decreta unas reglas: está prohibido gritar y salir del piso, pues el casero les echaría si se enterase que cuida sola de los cuatro niños –Akira (Yûya Yagira), Kiosko (Ayu Kitaura), Shigeru (Hiel Kimura) y Yuki (Momoko Shimizu)–, cada uno de un padre diferente. Los cuatro hermanos, pese a las dificultades y su corta edad y la imposibilidad de acudir al colegio, tienen una educación y un comportamiento ejemplar.

Un día la madre desaparece para no regresar y, a medida que pasa el tiempo, el desorden y la suciedad comienzan a adueñarse de la pequeña vivienda y los pensamientos de la realidad se hacen casi deberes escolares. Pese a que siguen las dificultades –por impago les cortan la luz y el agua–, no acuden a la policía o buscan ayuda por miedo a ser separados.

A medida que les crece el pelo, les crece el hambre y el deterioro moral, y llega la enfermedad. Así, en un final lamentable y conmovedor, que nos hace recordar la película de animación japonesa La tumba de las luciérnagas (Isao Takahata, 1998), se encuentra otra manera de expresar la niñez rota. Sin embargo, Hirokazu Koreeda lo retrata con tal poesía visual (con esa característica de grabar constantemente los pies de los niños) que con películas así solo cabe decir: “Arigato”. Así, en la retina nos quedan imágenes de gran ternura: el cariño con que Akira saca a la calle a Yuki el día de su quinto cumpleaños, o la alegría cuando los cuatro salen por fin juntos a la calle y juegan en un parque infantil.

Este es el melodrama donde se nos cuenta la historia de unos niños que viven en soledad, ante el abandono de sus padres. Es un argumento  duro, ante lo que hemos de recordar la certeza de que no se trata de un cuento o una fábula, sino de un terrible hecho verídico. Una realidad que todo el mundo conoce, aunque a veces parezca que nadie sabe. Pero ante el maltrato infantil no podemos consentir que nadie sepa.

Still Walking (2008)

Koreeda: una mirada a la infancia y la familia

Esta es una historia familiar acerca de unos hijos adultos que regresan a casa con sus familias para visitar a sus ancianos padres. En el transcurso de un solo día y en un espacio mínimo, conviven abuelos, padres, tíos, hijos y sobrinos y todo ocurre a ras del suelo, en ese tatami donde se come, se descansa, se habla, se ve la televisión, se duerme y se vive.

En Still Walking todo comienza con primeros planos de caras y de alimentos cocinados, y luego un anciano caminando por su barrio. Tras ello, se produce el reencuentro, después de mucho tiempo, de una familia para conmemorar la tragicomedia muerte del hijo mayor, ahogado quince años atrás.

Y si hay una obra claramente inspiradora de Still walking, esa es la mítica Cuentos de Tokio (Yasujirō Ozu, 1953). Como en aquella, hay una familia, que pese al cariño, está resquebrajada por la incomunicación, por la urgencia de los nuevos tiempos, por el peso del pasado y por el drama de la muerte. Ambas obras comparten una aparente placidez en los comportamientos, en las miradas, en las complicidades y una puesta en escena tranquilizadora y calmada (que no estática) con planos fijos, breves transiciones musicales (de cuerda) cargadas de paz y unos espacios repletos de melancolía.

Las conversaciones y conflictos (visibles e invisibles) de esta familia se van desgranando generalmente alrededor de la cocina y de la mesa, mientras se degustan tortitas de maíz, sushi, tempura, anguila o arroz. La pérdida, la culpa, la reconciliación y la muerte se configuran como epicentro de esos encuentros.

Finalmente, cada hijo regresa a su casa y los abuelos suben las escaleras del parque caminando a la suya. Y con la foto fija de estas escaleras, la voz en off de Roy: “Papá murió tres años después. Nunca fui a un partido de fútbol con él. Mamá se peleó con papá hasta que él murió. Ella murió poco después. Nunca la llevé a pasear en coche”. Y después de una última escena con los personajes más mayores de nuevo en el cementerio, comienzan a descender del cementerio. Roy le dice a sus hijos lo mismo que la madre le decía a él mientras caminan cuesta abajo hacia su hogar: “Mira, una mariposa. Dicen que las mariposas amarillas son mariposas blancas que sobreviven en invierno y que se vuelven amarillas”.

Y espero que Hirokazu Koreeda siga caminando mucho tiempo. Porque con él tenemos otra sensación de la infancia y la familia, de la vida y de la muerte. Porque mientras en nuestra civilización intentamos evitar la muerte, en Japón la afrontan, la esperan sin miedo y la viven con naturalidad. Y por eso resuenan las palabras de esa vecina que al inicio de Still Walking le dice a nuestro abuelo doctor: “Tengo la sensación de que mi tiempo se podría acabar cualquier día. Cuando ocurra, quiero que esté conmigo en mi muerte”. Y él le contesta: “En ese caso, te sobreviviré”.

Kiseki/ Milagro (2011)

Koreeda: una mirada a la infancia y la familia

Kiseki/Milagro es una comedia dramática llena de esperanzas e ilusiones rotas que nos muestra la indisolubilidad espiritual de la familia, en la que dos hermanos –Ryunosuke (Ohshirô Maeda) y Koichi (Koki Maeda)–, separados en extremos opuestos de la misma isla a causa de un matrimonio roto, creen en el milagro de poder volver a estar juntos. Ambos desean que su infancia vuelva a ser como antes, cuando estaban todos unidos. Con una sensibilidad extrema, Koreeda retrata un universo infantil en el que la magia y los sueños propios de los niños conquistan al espectador con una trama amable y con elementos humorísticos.

Koichi se entera de que un nuevo tren bala a punto de inaugurarse unirá las dos ciudades y empieza a creer que ocurrirá un milagro en el momento en que los trenes se crucen a toda velocidad cuando oye a un compañero de clase afirmar: “Algo ocurre cuando los dos se cruzan. Un milagro…sí, por la energía que se desprende. Si alguien lo ve, su deseo se hace realidad”. Así, encabezados por los dos hermanos protagonistas (hermanos delante y detrás de la pantalla), se reúne a un buen grupo de niños que completan el grupo de amigos con deseos a cumplir: “ser actriz”, “dibujar mejor”, “correr más deprisa”, “que mi padre no apueste tanto” o “que volvamos a ser una familia unida”.

Además, este largometraje propone un escenario inédito, pues por primera vez Koreeda acepta un encargo, una película de un productor, a cuya gestación es ajeno. Si bien, hubo dos poderosos motivos para aceptar: él es un amante de los trenes y acababa de ser padre, por lo que le apetecía especialmente hacer una película con niños en un registro opuesto, mucho más amable, al de la complicada Nadie sabe.

Con todo, Kiseki/Milagro es la película de un director enamorado, más que nunca, de la idea de la infancia como terreno de incontenible exploración y aprendizaje sentimental, casi una reverencia a la complejidad de la psicología infantil que habla de la pérdida desde el sentimiento inocente de los más pequeños . De ello nos habla Kiseki/Milagro, del posible “milagro” de un reencuentro familiar tras la separación de los padres; un milagro con el que muchos niños sueñan, aunque no se lo preguntemos (o no lo queramos conocer).

De tal padre, tal hijo (2013)

Koreeda: una mirada a la infancia y la familia

De tal padre, tal hijo nos plantea el dilema de si la verdadera paternidad es biológica o de quien la ejerce, dado que el amor verdadero surge de las relaciones diarias. Un relato equilibrado que saca a la luz algunas reflexiones sobre la verdadera esencia de la paternidad.

Con un trasfondo muy personal del propio director, quien se cuestiona su comportamiento como un buen padre al pasar poco tiempo con su hija, la cinta nos regala alguna frase con la que detenernos a pensar como que “para los niños no hay nada más importante que el tiempo”.

Con la noticia que les dan a los Nonomiya sobre que su verdadero hijo fue entregado a los Yudai, una familia con escaso dinero pero con mucho tiempo para sus hijos (todo lo contrario a ellos), la película nos deja claramente una de sus principales preguntas: ¿quién es nuestro verdadero hijo: alguien con el que pasamos todo nuestro tiempo o alguien con el que compartimos la sangre?

Esa duda plantea una importante y difícil decisión para los Nonomiya: recuperar a su “verdadero” hijo o seguir criando al pequeño con el que llevan desde el nacimiento. Ese dilema sobre cuál es la verdadera paternidad, esa perfecta combinación de genética y de educación con tiempo de calidad, se construye con sentido y sensibilidad, preciosas imágenes que hablan por sí solas y una buena selección de música de piano y silencios.

En una sociedad enfocada al éxito cada vez queda menos tiempo para perder (que es ganar) con nuestros hijos. Y otra pregunta queda suspendida en el aire: ¿es importante el éxito social si fracasamos como padres?

Nuestra hermana pequeña (2015)

Koreeda: una mirada a la infancia y la familia

Koreeda regresa en esta película sobre sus temas habituales: la memoria, la familia, la infancia, la adolescencia, la muerte y la asunción de la pérdida. Nuestra hermana pequeña se inspira en el premiado manga Umimachi Diary de Akimi Yoshida y se nos devuelve, con «las mujercitas» de Koreeda, una profunda reflexión sobre cómo madurar sin la figura de los padres y hacerlo en un hogar que es un espacio de supervivencia libre de resentimientos.

En este contexto, las tres hermanas Koda, ya en la mayoría de edad, acuden al entierro de su padre, al que no veían desde hace 15 años, cuando se casó con otra mujer y las abandonó. Desde entonces, las tres viven juntas en una casa que pertenecía a su abuela, separadas también de la madre con la que mantienen una relación distante.

En el funeral conocen a su hermana pequeña, Suzu (Suzu Hirose), de trece años de edad, y la invitan a que venga a vivir con ellas a la ciudad costera de Kamakura. La llegada de Suzu cambiará las vidas de las tres hermanas, si bien todo el mundo les recuerda que es hermanastra.

Sobrevolamos la vida cotidiana de esta nueva familia, con sus alegrías y penas, sus recuerdos y deudas del pasado, sus acuerdos y desacuerdos, en la que Sachi representa la responsabilidad, Yoshino representa la libertad y Chika representa la alegría y espontaneidad. Con ellas, la historia explora su deseo subconsciente por recuperar la infancia que nunca tuvieron, un deseo de despojarse de esa prematura (pero necesaria) madurez que la ausencia de sus padres les obligó a adoptar para poder sobrevivir. Y así la película nos lanza una pregunta, posiblemente sin respuesta: ¿por qué los adultos actúan como niños y los niños tienen que actuar como adultos?

Nuestra hermana pequeña es una película que, como dicen un gran número de críticos, merece la pena probar, como la caballa frita y chanquetes del restaurante donde acuden las hermanas Koda, como los licores de cereza que elaboran. Porque la vida es eso que pasa cuando vivimos y aquí lo vivimos con la fotografía de Mikita Takimoto, la música de Yoko Kanno, la interpretación de las cuatro hermosas hermanas y los cerezos en flor que nos regala el director. Y, a través de ella, podemos recordar las cinco palabras que pueden salvar el mundo: Sí. Gracias. Por favor. Lo siento. Nosotros (aquí convertido en Nosotras).

Después de la tormenta (2016)

Koreeda: una mirada a la infancia y la familia

Llegados aquí, nadie duda que Hirokazu Koreeda es un director enamorado de la familia y de su repercusión en los hijos. Y así lo hace de nuevo con Después de la tormenta, un reflejo sobre la responsabilidad de la paternidad, el valor de la familia, y el peso de los abuelos sobre los nietos, temas gravitatorios para su particular tifón y su posterior calma. Estos temas proceden de la propia experiencia (la intermitente ausencia de su padre y su acusado miedo al abandono) y del testigo de cineastas de su país que supieron encontrar en la familia el germen de múltiples historias posibles como Cuentos de Tokio (Yasujirō Ozu, 1953) o de entornos cercanos como El camino a casa (Zhan Yimou, 1999).

La película comienza con el aviso del tifón número 23 del año en la isla. Una abuela y su hija hablan de dos figuras ausentes: el abuelo difunto y el hermano recientemente divorciado, dos figuras de fracaso masculino en sus entornos familiares. Y a partir de ese momento el film tiene dos marcadas partes: una de presentación de todos los personajes de la familia y otra (pletórica) centrada en el pequeño apartamento durante una noche en la que transcurre el tifón. Una colisión de dos tormentas, la meteorológica y la familiar, difícil cometido solventado con ingenio a través de un buen guion y una buena dirección de actores.

En la primera parte la historia se centra en el hijo y hermano, Ryota (Hiroshi Abe), un escritor ludópata venido a menos que se intenta ganar la vida como detective privado. A pesar de su fracaso de vida, lo intenta ocultar ante su exmujer, su hijo de once años (al que no le da para pagar la pensión alimenticia), ante su hermana (con la que tiene una relación tórpida) y ante su madre (a la que intenta robarle dinero). Ryota se sabe un perdedor, pero intenta recuperar su papel de padre y se comporta como un bala perdida con buenos sentimientos.

En la segunda parte, la tormenta hace que padre, esposa e hijo se resguarden en el pequeño apartamento de la abuela, quien aparece como figura salvadora. Ella busca la reconciliación entre los distintos miembros. Y en la larga noche se desarrollan las dos tormentas, mientras el viento y la lluvia azota el exterior de la ciudad, los sentimientos y el recuerdo azotan el interior de esta familia que fue y cuyo futuro es incierto ya.

El habitual estilo de Hirokazu Koreeda en el uso de la cámara y de los diálogos (necesarios, sencillos, íntimos y llenos de empatía) hace que esta nueva reflexión sobre las relaciones familiares a través de la sensibilidad, el amor, la empatía y la calma después de la tormenta a través de una película que, según el propio realizador, “más lleva de sí mismo”. Y, al mismo tiempo, una obra que condensa el sabio pensamiento de la abuela –»No se encuentra la felicidad hasta que se es capaz de desprenderse de ciertas cosas«– o uno de los pensamientos de Guillermo Ballenato, un psicólogo especializado en comunicación: «Del pasado eliminar la culpabilidad. Del presente eliminar la queja. Del futuro eliminar el miedo«.

Un asunto de familia (2018)

Koreeda: una mirada a la infancia y la familia

Y llegamos al final de esta revisión de la mirada de Koreeda a la infancia y la familia. Y lo hacemos con Un asunto de familia, quizás donde mejor ha sabido condensar todas las dudas y todos los dilemas acerca de las relaciones humanas y parentales al mismo tiempo que lanza una crítica valiente al Estado.

El director nos presenta una familia marginal y disfuncional que vive en una de esas casas increíblemente pequeñas de Japón. Una familia aparentemente formada por Hatsue (Kiki Kirin), una abuela de cuya pensión viven los demás; Osamu (Lily Frany) y Nobuyo (Sakura Adô), un matrimonio donde él es un jornalero poco trabajador y ella trabaja en una lavandería industrial; Shota (Kairi Jô), un adolescente que no va al colegio, y Aki (Mayu Matsuoki),una nieta de la abuela que deja el pueblo para ganarse la vida en un local de alterne.

La película comienza con Osamu y Shota realizando un hurto en un supermercado y, de regreso a casa, se encuentran con Yuri, una niña pequeña víctima de abandono, maltrato y despreocupación por parte de sus padres. Entre todos la acogen, deciden cortarle el pelo y cambiarle el nombre por Lin. Ella refleja la tristeza de una infancia infeliz, marcada por signos de malos tratos y enfermada por la desatención recibida por parte de un padre alcohólico y una madre centrada más en su belleza que en su hija.

Así es como Yuri/Lin pasa a vivir con esta nueva familia, donde se encuentra bien y querida. Sin embargo, una tragedia golpea a todos los miembros y a partir de ahí descubrimos que todo es más complicado de lo que ya parecía: la vivienda donde viven no es su casa, Osamu y Shota no son padre e hijo, y el resto de convivientes distan de ser familia. Otros abandonaron a la abuela mucho antes y ellos la encontraron. Luego se encontraron a Shota, otro niño maltratado, y a partir de ahí su forma de vida se fundamentaba en robar cosas y en rescatar niños.

Con ello Koreeda abre la película a un sinfín de reflexiones y lecturas: el desamparo de la infancia; los especiales vínculos afectivos y efectivos cuando se necesita techo, comida y cariño; el apego y el desapego que proporciona el saberse parte de un árbol genealógico diferente… En esencia, Un asunto de familia contrapone lo socialmente aceptable con lo legalmente punible bajo una dirección serena y siempre pertinente, una mirada que nos roba el corazón.

Y es así como las películas de Koreeda conviven en un mismo imaginario, dialogan entre ellas, se suman y se complementan. Él es un director y escritor de personajes, y aunque muchos de ellos (y de las familias creadas) están lejos de ser perfectos, son precisamente por ello bien humanos.

Firma: Javier González de Dios

Bibliografía: https://serviciopediatria.com/wp-content/uploads/2022/01/2021_Hirokazu-Koreeda_MakingOf.pdf