La adicción a los videojuegos es una realidad clínica. Hace pocos días, se publicaba la noticia de que esta se había disparado en los últimos cuatro años: de un 3,5% a un 15% del total. Según las conclusiones reveladas por la Unidad de Juego Pedagógico y Adicciones Comportamentales del Hospital de Bellvitge, dicho incremento podía deberse a los hábitos desprendidos del confinamiento a corto y medio plazo.
Todos sabemos que la COVID-19 ha pasado factura en muchos ámbitos, pero muchas veces nos olvidamos de uno no poco importante: los hábitos de nuestros hijos e hijas. Deberes inacabados, enfados para que abandonen la partida, pérdida de control, planes sociales de fin de semana a disgusto, aumento de la irritabilidad, ansiedad, etc. Estas son solo algunas de las señales de alarma que deberíamos tener en cuenta más allá del tiempo de juego. Evidentemente, es importante que limitemos el rato que están enganchados a la consola. Muchos estudios consideran que el tiempo de juego debe oscilar entre los 30 y 60 minutos. Sin embargo, como muchos pensaréis, esto no se suele cumplir. Llegado a ese punto es cuando el cerebro empieza a actuar casi como un zombie, es decir, por pura inercia y bajo el mínimo esfuerzo. Es, por ello, que siempre hacemos hincapié en la necesidad de controlar horarios y marcar muy bien las franjas de juego, así como el tiempo libre dedicado a otras actividades.
Pero ¿qué juegos son los más adictivos actualmente? Muchos estudios apuntan a aquellos que conjugan tres ingredientes principales: rol, online-masivo y micropagos. Todos estos elementos se resumen en dos géneros: MMORPG y Battle Royale. En ambos, el componente social se ha convertido en el buque insignia. No solo estoy jugando contra la máquina, sino que estoy quedando con mis amigos. Aquí surge una disyuntiva difícil de trabajar: ¿cómo hacemos entender a nuestros hijos que las quedadas online no son las más adecuadas o las únicas?
Por otro lado, los micropagos y el azar se han convertido en otros factores que debemos tener en cuenta. Los juegos de azar son aquellos en que las posibilidades de ganar o perder no dependen solo del jugador, sino que se genera un margen de incertidumbre por el azar de la propuesta. A través de los videojuegos, muchas compañías han conseguido introducir este tipo de actividades para incrementar sus beneficios. Estos acostumbran a jugar con la inmediatez para conseguir que el usuario tenga la necesidad de gastar dinero y tienen en las cajas botín su principal forma de obtener ingresos. Al final, todo se resume en un Pay to Win -si queremos conseguir ciertas mejoras, tendremos que pasar por caja, aunque no sepamos cuántas veces ya que los premios dependen de la suerte y la aleatoriedad-. Son precisamente estos factores los que hacen que aumente el grado de adicción y se genere una confusión importante, es decir, un sesgo cognitivo de la realidad. Los sobres de Ultimate Team Fifa o las cajas Clash Royale son algunos ejemplos. Tampoco podemos olvidar los pases de temporada y contenidos extra que solo podremos conseguir previo pago.
A todo esto, se suma el componente rolero de muchos títulos. El carácter inmersivo de estos genera una identificación entre usuario y avatar, así como un aislamiento de los problemas y la realidad del contexto que les envuelve. Lo que de pequeños denominamos como la tablet canguro, puede desembocar en una problemática mayor, basado en el aislamiento y la adicción.
Por todo ello, es esencial que como padres seamos capaces de establecer una normas -pactadas o no, dependerá de cada uno de nosotros- y tengamos el control de los aparatos electrónicos que tenemos en casa. Al final, para controlar la situación, la única manera es estar siempre “conectados” a nuestros hijos.
Firma: José Carlos Amador