No quiero una relación como la de Abby y Travis

Abril de 2023 nos sorprende –o no tanto– con la llegada a salas de Maravilloso desastre, el drama que miles de adolescentes, en especial las que se han leído el libro, llevan tiempo esperando. Lamentablemente, como su título indica, la película es un desastre en tres actos. Y si perteneces al grupo que cree que Abby y Travis son los iconos de la juventud y su relación es muy romántica, esto te interesa:

Primer acto: los protagonistas

No podemos empezar por otro asunto que no sean los actores protagonistas, las caras del cartel que están por todas las marquesinas, autobuses o fachadas y que nos invitan a la cita en el cine: Virginia Gardner y Dylan Sprouse. A sus 28 y 30 años, se pasean por la pantalla como adolescentes recién aterrizados en la universidad. Y, aunque sepamos sus edades reales, eso no importa cuando oímos “Abby, no puedes sacar las fichas del casino, eres menor de edad”. Automáticamente, todas las veces que le recuerdan a la chica que es menor de edad, nuestro cerebro relaciona que Virginia tiene casi la mitad de sus años reales. ¿Y por qué eso es un problema?

No quiero una relación como la de Abby y Travis

En primer lugar, por la frustración que puede generar la inevitable comparación. Cualquier persona que ronde la mayoría de edad, podría creer que ese es el cuerpo que debería tener. Y comprobar que el propio, probablemente, no está igual de desarrollado que el que ve en la pantalla, puede llevar a la ansiedad.

Además, queda como un objeto de deseo a causa de la hipersexualización. Los impresionantes tacones, las minifaldas, los escotes pronunciados, las rajas del vestido, la ropa interior de encaje, el maquillaje o las joyas hacen que uno ponga el foco en el físico de Virginia y no en su interpretación o las virtudes de su personaje.

Por otro lado, Dylan ha dedicado seguramente un alto porcentaje de horas a esculpir sus músculos y el film se empeña en resaltarlos ­–así como también el cuerpo de Virginia– con primeros planos o usando agua o aceite para llamar la atención. Dejando de lado la cosificación de la persona que se da a lo largo de toda la película, despierta en el espectador joven un peligroso deseo de parecerse a los protagonistas que puede desembocar en rutinas exageradas de gimnasio, autolesiones, trastornos de alimentación o baja autoestima.

No quiero una relación como la de Abby y Travis

Segundo acto: la relación. ¿Te quiero?

Se ha publicitado Maravilloso desastre como un drama romántico. Y cuando vemos las miradas de los protagonistas, la música que los envuelve o las apasionadas caricias, todo parece indicar que, efectivamente, estamos ante una historia de amor. No dejamos de oír frases como “te quiero porque me haces mejor”. Pero ¿en qué ha mejorado Travis desde conoce a Abby?

Sus hábitos clandestinos siguen siendo los mismos, sus impulsos primarios también y, además, esa relación le lleva por senderos tortuosos. La sensiblería de la película podría hacernos creer que está muy enamorado de Abby, pero mirar los mensajes de una persona no es normal. Y mucho menos lo es tener un ataque incontrolado de celos. Tramas como la de Maravilloso desastre quieren convencernos de que los celos son una prueba de amor, pero no es más que falta de autocontrol ante una relación obsesiva. De la misma manera, Abby desarrolla también esa obsesión que no le permite gobernarse a sí misma. Por un lado, sus palabras dicen una cosa, pero sus acciones muestran la contraria.

No quiero una relación como la de Abby y Travis

Incluso vemos en sus mejores amigos que los vínculos que se forjan no parecen del todo fruto del amor, sino de la necesidad. Estos jóvenes se han vuelto dependientes hasta el punto de no poder vivir sin el otro, a pesar de que se den cuenta de que no es bueno para ellos.

Y no se puede obviar el sexo explícito que inunda este tipo de propuestas. Parece que, sigilosamente, la pornografía está entrando en las salas de cine sin que podamos detenerla. Este tipo de escenas irreales son las que causan la normalización de la violencia entre parejas, pues no dejan de ver en las películas, series –o en la pornografía– que es algo aparentemente romántico.

No es de extrañar, pues, que la última estadística del INE señale que en 2021 hubo un 28,6% más de víctimas menores de 18 años con respecto al año anterior y, en el caso de los denunciados, también el mayor aumento se dio entre los menores (un 70,8% más).

Tercer acto: el contexto. Alcohol, juego y ¿dónde están las camisetas de Travis?

No quiero una relación como la de Abby y Travis

La relación de Abby y Travis, evidentemente, se sitúa en un contexto concreto. Sin embargo, estos primeros cursos universitarios que nos presenta la película, quizá no se parecen del todo a los que vivimos en la vida real. No solo porque dedican su tiempo libre a ver peleas clandestinas en las que compañeros de clase se parten la cara por dinero, sino por el lujoso entorno que los rodea.

Como en cualquier relato ambientado en fiestas universitarias, el consumo de alcohol es descontrolado y, además, una solución fácil a los problemas: ¿tengo celos? Me emborracho. ¿Estoy decepcionada? Bebo para olvidar. ¿Me he enfadado con alguien? Bebo y me divierto. Y no pasa nada, porque si vomito y luego compenso bebiendo mucha agua, este film nos enseña que no se sufre resaca. Idealiza el exceso de alcohol sin mostrar su lado nocivo.

Y lo mismo hace con el juego. Parece que avise sobre sus peligros, pues la protagonista al principio no quiere entrar en el ruedo. Sin embargo, cuando descubre la comodidad de una vida pagada por el dinero que sale del casino, no duda en dejarse llevar por ella. Y queda la idea de que las apuestas –tanto en el póker como en un combate de boxeo– financian la universidad o las deudas que uno tiene. Pero en ningún momento muestra la posibilidad de la adicción o la ruina. Al contrario: jugar es la solución fácil para reunir dinero.

No quiero una relación como la de Abby y Travis

Ya, por último, es llamativo que jóvenes con el poder adquisitivo de los protagonistas pasen la mitad del metraje ligeros de ropa. Entendemos que no han perdido todas sus camisetas y que no han tenido problemas para adquirirlas, pero ¿por qué se empeñan en lucir su cuerpo más que su inteligencia? No parece propio de una persona universitaria, que ha entrado en una carrera para trabajar su cerebro y no sus músculos.

Firma: Patricia Amat