
De Corea llega esta propuesta que mezcla thriller y drama, con tanta violencia y complicaciones y carencias en el guion, que impide al espectador hacerse con una historia de bajos fondos y fotografía oscura.
De Corea llega esta propuesta que mezcla thriller y drama, con tanta violencia y complicaciones y carencias en el guion, que impide al espectador hacerse con una historia de bajos fondos y fotografía oscura.
Jordan Peele dirige un thriller de ciencia ficción salpicado de terror. Aunque los actores son solventes y el suspense está bien conseguido, el inicio y el final del film se exceden innecesariamente en metraje.
El largometraje contaba con una premisa interesante, intérpretes solventes y una buena fotografía. No obstante, la cantidad de clichés y la desorientación del guion impiden que sea ese fascinante retrato que prometía ser.
Una nueva broma, bien elaborada y cargada de dinamita político-social, es lo que nos trae el film de Adam McKay. Un gran elenco y su ya habitual hábil montaje elaboran una metáfora de nuestro tiempo.
Italia presenta su candidatura a los Oscar con un drama que reinventa el género de mafias. Combina temas de interés como la inmigración, el choque de culturas y el crimen organizado de los barrios bajos.
Se trata de un relato sorprendente. Aunque tiene un planteamiento muy atractivo, No mires a los ojos pierde interés según avanza la historia y se descubren las peculiaridades de los protagonistas.
Un grupo de mercenarios secuestra por sorpresa una familia adinerada en Nochebuena. Santa, que se sale del cliché, aparece para ayudarles. El film regala mucha violencia cómica en una noche poco santa.
La secuela que dirige Rodo Sayagues es menos efectiva que la original debido a una falta de trabajo en el guion. Cuenta con diálogos postizos, escenas inverosímiles (forzadas para ser convenientes) y una cantidad exagerada de sangre.
El segundo largometraje de Lara Izagirre cohesiona muy bien un argumento medido, un elenco verosímil y lleno de naturalidad, una fotografía y dirección artística eficaces y un final bien cerrado.
La violenta revuelta que retrata Michel Franco no es más que una coyuntura vacía para intentar provocar, a través de imágenes sensacionalistas sin un discurso fundamentado ni coherente.