Jon Wright regresa a la pantalla con la adaptación musical de la célebre obra de teatro escrita por Edmond Rostand, y liderada por un espléndido Peter Dinklage que revive un film, en ocasiones, demasiado meloso y azucarado.
Cyrano de Bergerac es probablemente una de las obras más representadas en teatros de alrededor del mundo. En el cine, esta historia ya fue llevada a la pantalla en varias ocasiones, como es el caso de la versión estadounidense con José Ferrer en 1950 o la francesa con Gérard Depardieu en 1990.
Ahora, Joe Wright, cineasta conocido por el cine dramático y de época con títulos como Expiación, Anna Karenina u Orgullo y prejuicio, regresa con Cyrano, que adapta la obra teatral de Edmond Rostand con dos elementos innovadores: abandona la enorme nariz característica del personaje principal para incluir el enanismo como motivo de rechazo –cosa que aporta mayor verosimilitud al guion– y decide intercalar el relato con el aspecto musical.
Es, precisamente, esta cuestión lo que descoloca, puesto que no había una necesidad intrínseca de convertirlo al género musical. Las canciones no aportan gran profundidad emocional a los hechos y las letras son bastante simples, en discordancia con unos diálogos poéticos bien trabajados. Es una lástima, sobre todo, viniendo de líricas escritas por el duo de Aaron Dessner y Bryce Dessner, integrantes de la formidable banda estadounidense The National. Da la sensación, además, de que han pretendido reproducir el éxito de cintas de época con música moderna como El gran showman o Hamilton, pero no terminan de conseguir la misma eficacia.
Aun así, el largometraje funciona en cuanto a que posee una fotografía y unas coreografías llamativas y cuidadas, que son agradables de ver. Asimismo, la ambientación, la puesta en escena y la vestimenta están gratamente logradas. Sin embargo, no termina de situar el relato en una ciudad o en un tiempo histórico concretos. De hecho, cuando los soldados deben marchar a la guerra, cuesta empatizar con su situación, puesto que el espectador no sabe a dónde van a luchar ni contra quién.
Lo más destacable del film es, sin duda, la interpretación de Peter Dinklage como Cyrano, muy por encima de la narración. Cada gesto y expresión aportan una mayor sensibilidad al rol, así como un trasfondo bonachón mayor que en la obra original.
Haley Bennett deslumbra, también, especialmente con su voz, y encarnando a Roxanne, un personaje, en ocasiones, tedioso y superficial. Por lo que respecta a Christian, interpretado por el joven Kelvin Harrison Jr., el personaje queda algo desaprovechado, con poco tiempo de metraje y condenado a una humillante caricatura de un hombre bobo e ingenuo.
Dejando todo lo perjudicial de lado, Cyrano se erige como una producción entretenida que sirve como un canto al amor y al romance. Anima a atreverse a ser vulnerable y expresar las emociones, sin miedo al rechazo. Un mensaje que cobra especial sentido si tenemos en cuenta los tiempos actuales de desapego emocional que vivimos.
Es cierto que, a ratos, es cursi y algo empalagosa, se trata de una película que nos transporta a una historia trágica y de miseria a través de un lenguaje poético para, luego, recordarnos el valor de aquello que nos hace verdaderamente humanos.
Firma: Marta Vivas
Cyrano de Bergerac es un hombre de gran intelecto e ingenio, valiente y astuto tanto con la palabra como al empuñar una espada. Convencido de que su apariencia no le hace merecedor del amor de Roxanne, una avispada y bella amiga de la infancia, jamás le confiesa sus sentimientos. Mientras ella se enamora a primera vista de Christian, un apuesto caballero incapaz de expresar lo que siente, Cyrano ayuda al joven a cortejarla escribiendo cartas románticas.
