Remake de la célebre novela de Henry James, que ya se había llevado a la pantalla con el título de La heredera (William Wyler, 1949), con Olivia de Havilland como gran protagonista (Oscar de Hollywood). Hoy, la realizadora polaca Agnieszka Holland (Europa, Europa, Oliver, Oliver y El jardín secreto) ha sido contratada por la Disney para adaptar nuevamente este tema romántico, aunque con cierto aire de modernidad:
“En cierto sentido -declaró la Holland en Barcelona, el presente es similar a esa época, digamos victoriana. Ahora obsesiona el dinero, como entonces; también el éxito y la manera de lucirlo frente a los demás. Por eso las historias de época, sus preocupaciones en suma, pueden traducirse perfectamente a nuestros días. Y por eso un autor como Henry James resulta, en ese sentido, tan moderno”.
Su puesta en escena resulta brillante, plena de gusto estético y sensibilidad artística y humana, captando el espíritu original y reproduciendo los escenarios de la Norteamérica decimonónica. Todo ello, también apoyado en la música de Jan Kaczmarek y, sobre todo, en la convincente interpretación de la dúctil Jennifer Jason-Leigh, que con su talento logra emular a la galardonada Olivia de Havilland, aquí perfectamente secundada por los veteranos Albert Finney y Maggie Smith, como padre y tía de la protagonista; y con el joven Ben Chaplin como partenaire, que no desdice de la creación que hiciera en su día Montgomery Clift.
Washington Square traduce, pues, la sutileza crítica y ambiental que este Premio Nobel de Literatura vertió en el libro publicado en 1881, incluso de forma más fidedigna a la obra maestra de Wyler (que procedía de la versión teatral de Ruth y Augustus Goetz, estrenada en Broadway en 1947). La adaptación de Agnieszka Holland bucea en la evolución anímica de la heroína, en cómo surge de un carácter cohibido una fuerte personalidad. Es decir, la emergencia del espíritu de una mujer llena de energía. “Lo que más me interesó -continúa la directora polaca-, fue explorar la formación de una identidad, lo que forja una personalidad; cómo uno llega a ser uno mismo. Por tanto, el reto estuvo en la plasmación del cambio de carácter de Catherine… Me fascinó el tema universal de la novela: cómo a través de las experiencias del amor, la traición, la pasión y el abandono, Catherine llega a convertirse en sí misma”. Sin fáciles concesiones a la galería, la nueva lectura del texto de Henry James posee un ligero tono feminista. La misma Holland lo comentaría así: “En mi opinión, a James le ocurrió con Catherine Sloper lo que a Tolstoi con Anna Karenina… Cuando las historias crecieron, los personajes se revistieron de una fuerza tal que superaron a sus autores. He tomado a esta Catherine más profunda y madura y he mostrado un final quizá infeliz, pero que subraya su independencia. Es un final más feminista”. Digna y conmovedora película comercial, no exenta de lirismo y valores humanos, que sin ser una obra maestra (como lo fuera su análoga, La edad de la inocencia de Martin Scorsese, 1993), que transmite hondas emociones y retrata la sociedad neoyorquina de toda una época. Y demuestra, además, que el romántico Henry James sigue de moda; pues la más esteticista y decadente Las alas de la paloma (Iain Softley, 1997), con Helena Bonham-Carter como heroína, se estrenaría en la misma temporada.
Firma: Redacción
Nueva York, 1850. Catherine Sloper vive en una rica mansión de Washington Square con su padre (un prestigioso médico, que enviudó cuando dio a luz su esposa), a quien quiere con locura. Física e intelectualmente poco agraciada, Catherine impulsada por su romántica tía, que convive con ambos, se enamorará perdidamente de un joven de modesta condición social, a cuya boda el orgulloso padre de opondrá inflexiblemente. Sin embargo, los lazos del amor son para ella superiores al peligro de quedar desheredada.
