El móvil no es un juguete

Hablamos con José Antonio Luengo, Catedrático de Enseñanza Secundaria y Decano del Colegio de la Psicología de Madrid. Es autor de los libros infantiles El diario de Lola y El jardín de los abrazos, cuentos que la Fundación Aprender a Mirar y la Asociación de Consumidores de Medios Audiovisuales utilizamos en el proyecto Guay-fi, dirigido a Educación Infantil. Luengo participó el pasado 16 de febrero en el webinar #ElMóvilNoEsUnJuguete en el que respondió a nuestras preguntas.

Como profesional, ¿te preocupa el uso de las pantallas en niños y niñas menores de edad, especialmente entre los 0 y los 6 años?

Sí, y mucho. Probablemente no lo haya dicho nunca tan claramente, pero son alarmantes los efectos que vemos en esta sociedad que ha admitido con tanta facilidad la incorporación de las tecnologías en la vida de nuestros niños y adolescentes. No hay prácticamente control ni supervisión por parte del mundo adulto y esto genera una serie de impactos significativos, entre ellos el consumo abusivo de las pantallas en las primeras edades.

Hay disponibles numerosos estudios de especialistas e investigadores que tratan los efectos que produce el uso abusivo de las pantallas en el cerebro de nuestros pequeños. Los investigadores no nos lo dicen para quitarnos el sueño, sino para que aprendamos y corrijamos nuestro modo de relacionarnos con ellas.

Empecemos con la franja de 0 a 3 años. ¿Qué les dirías a unos papás que le dan el móvil a su bebé como si fuera ese nuevo chupete emocional?

La respuesta es obvia y por eso mismo a veces desconectamos cuando alguien nos intenta dar una respuesta. A estas edades, el cerebro del niño está preparado para capturar el mundo (aprender, buscar, observar, etc.), pero fundamentalmente para recibir los estímulos ordinarios. El hecho de que un niño sostenga una pantalla unos minutos no le va a generar problemas, pero sí que los hay cuando se convierten en su nuevo chupete, en un “relájate y estate quieto”.

Los niños y niñas, cuando salen a la calle o nos acompañan a un acto familiar, a lo que tienen que dedicar el tiempo es a mirar, tocar, interactuar, reír y llorar. En resumen, a ser un niño y a formar parte de un todo, empezando por las relaciones interpersonales, a partir de las cuales aprendemos a ser humanos.

En ese momento, recibir una estimulación tan intensa como la que se produce con una pantalla le impide estar al abrigo de los aprendizajes cotidianos. Los niños no solo se pierden muchas cosas, sino que concentran su atención en unos estímulos que no son necesarios y que no provocan ningún bien en un cerebro en crecimiento. A pesar de esto, el principal problema es que dejan de hacer las cosas habituales de esa edad.

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Entramos en la educación infantil de 3 a 6 años. En la Fundación hemos puesto en marcha el Proyecto Guay-fi, en el que proponemos la recuperación del juego analógico en el tiempo de ocio. En una de las actividades, utilizamos el cuento El diario de Lola que habla sobre los buenos usos de las TIC. ¿Qué enseña a los más pequeños sobre el mundo digital?

Decimos que es un cuento para niños, pero en realidad es un cuento dirigido a padres y madres, que son quienes lo van a leer y lo comentarán con sus hijos. Con este libro, queremos promover una reflexión sosegada en este complejo proceso de reinterpretar la educación.

El diario de Lola nos explica la historia de una niña de siete años que se ha dado cuenta de que su hermano de diez años ya no juega con ella y pasa más tiempo en su habitación, cosa que altera la vida familiar. Dibuja cómo podrían actuar madres y padres y, al decirlo una niña, parece que atendemos de otra manera. Se trata de un cuento amable y con una perspectiva optimista: los padres toman decisiones, reconocen que han perdido el control, no se culpabilizan y piden ayuda.

Es importante decir que estamos en un mundo que no va bien: cada vez es más alarmante la tasa de desajustes y trastornos emocionales que vemos en el alumnado. Lo asociamos a la pandemia causada por la covid-19 y claro que tiene algo de relación, pero las personas que investigamos sobre la infancia y adolescencia vemos que es un problema que viene de antes, porque no hemos sabido controlar como sistema social los efectos perjudiciales del consumo abusivo de la tecnología: tanto de los contenidos como de los dispositivos. La buena noticia es que las familias que toman el control y no se dejan llevar por la pereza y la falta de tiempo pueden arreglar estas fracturas.

En nuestras formaciones, madres y padres comentan que sus hijos pasan mucho tiempo delante de la pantalla y quieren adoptar nuevos hábitos. ¿Nos podrías explicar por qué, a estas edades, es mejor que jueguen y perciban el mundo de manera real?

Hay un libro de Adam Alter, Irresistible, que habla de aspectos interesantes relacionados con la tecnología, la infancia y los menores. En el prologo dice: “En un congreso de Apple en enero de 2010, Steve Jobs presentó el iPad. […] Jobs dedicó noventa minutos a explicar por qué el iPad era la mejor forma de ver fotografías, escuchar música, aprender con iTunes U, utilizar Facebook, jugar y disfrutar de miles de aplicaciones. Creía que todo el mundo debía tener su propio iPad. Y, aun así, no dejaba que sus hijos lo usaran.

Aquí es donde encontramos el corazón del proceso, de este monstruo que se ha creado. Este ser vivo es la relación que mantenemos con la tecnología, que crece y crece. Hay una cosa que es cierta: las relaciones son significativamente peores.

La empatía es una capacidad de muy lento desarrollo y no es posible desarrollarla si no se reciben respuestas inmediatas. Hoy en día parece que tiene más que ver con el manejo de unas teclas o la elección de la foto que enviamos. Por ejemplo, hemos dejado de llamar por teléfono a nuestros amigos para felicitar los cumpleaños. Es más, cuando queremos que sea especial es cuando llamamos. Hemos llegado a normalizar de un modo un tanto inquietante ciertas maneras de relacionarnos.

Ahora, los adolescentes son menos propensos a fijarse y preocuparse por los demás. Esto se ve en el día a día: cuatro chicos quedan y están sentados cada uno con su dispositivo móvil. Despreciamos la oportunidad del contacto físico, de estar cerca de la otra persona y priorizamos el mundo online. Este fenómeno se conoce como phubbing, contracción de dos términos ingleses phone y snubbing (ignorar). Es lo que hacemos muchos cuando quedamos para tomar un café y estamos mas pendientes del móvil que de la conversación. Está pasando, y como lo vemos cada día pensamos que no es importante.

Una inquietud que tienen madres y padres es que no saben gestionar la ansiedad y las rabietas de los peques cuando se les quita una pantalla. ¿Qué consejos puedes darnos?

Es una pregunta compleja, pero hay algunos tips que podemos seguir. El primero es que cuando antes pongamos en marcha mecanismos que dejen claras las reglas del juego (qué se puede hacer en casa y qué no), mejor. Podemos ir creando rutinas: cenar juntos, dejar los móviles fuera de la mesa, no ver la tele mientras cenamos, dedicar tiempo a la sobremesa, etc. Hay un segundo elemento que es el modelo que representamos los padres. En muchas ocasiones nos puede pasar que yo no soy un buen modelo y pido cosas que no hago. Los hijos se dan cuenta de todo.

También hay que reflexionar sobre las alternativas que les damos cuando les quitamos las pantallas. En nuestras casas tenemos de todo y, cuando un niño dice que se aburre, es fácil que nos exasperemos y reaccionemos mal. Si en estos momentos hay rabieta, entran en juego una serie de habilidades: mantener calma, no gritar, esperar a que se calmen… y sentarse de nuevo para poner las cosas en sitio.

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El mundo de los adolescentes es distinto: parece que el móvil es su vida. ¿Hasta qué punto podemos responsabilizarles del uso incorrecto que hacen de este dispositivo?

Hay una clasificación que divide la sociedad en dos grupos: los nativos digitales (los niños) y los inmigrantes digitales (los adultos). Esta división, que se hizo con buena intención, hizo que, como sociedad, bajamos los brazos ante los nativos digitales: “ellos saben más, qué le vamos a hacer”.

Se trata de un error, porque llegó a pensarse que ellos nacían con todo aprendido. Nada mas lejos de la realidad. Tengamos en cuenta que, al fin y al cabo, internet está formado por contenidos y quien conoce los contenidos es la persona adulta, que tiene experiencia para interpretarlos.

Hay una frase que afirma que el problema no es la tecnología, sino el uso que hacemos de ella. Esta idea no es totalmente correcta: hay tecnología que nació para generar adicción y tenemos que aprender a identificarla. Puede ser fantástica para muchos aspectos de la vida cotidiana, sin embargo, lo que tiene que ver con el uso de la relación interpersonal se creó con un objetivo un tanto insano.

Tengamos ilusión por crear un clima de confianza con nuestros hijos e hijas: no podemos pensar que está todo hablado, que lo hacen los profesores o que es mejor no sacar un tema concreto por si no sé qué contestar. Si no les damos nosotros las respuestas, las buscarán en internet.

Para acabar, José Antonio Luengo nos da seis tips para una educación audiovisual responsable (de cero a seis años).

  • Cambia el móvil por juguetes
  • Antes de darle una pantalla, piensa ¿para qué?
  • Tú eres su ejemplo
  • Enséñale los valores de la vida real para que los pueda utilizar en la digital
  • Dieta audiovisual: alimenta el cerebro analógico
  • Hay tecnología que nació para generar adicción. ¡Reconócela!l

Descárgate la infografía: #ElMóvilNoEsUnJuguete