¿Cuánto saben de sexo tus hijos si se tropiezan o ven un vídeo porno? Probablemente nada. ¿Cómo pueden discernir entonces entre lo que es “ficción” y lo que es realidad? Prácticamente de ningún modo.
Teniendo en cuenta que la edad de inicio de consumo de pornografía online se equipara a la edad en la que tienen acceso a su primer dispositivo electrónico –es decir, alrededor de los 8 años de edad y se generaliza a partir de los 13–, y que la educación afectivo-sexual es una de las asignaturas pendientes en nuestra sociedad, cabe preguntarse si el porno ha sustituido a los padres como educadores en materia de educación sexual.
Papá, mamá… ¿qué es el porno?
Tus hijos son nativos digitales, eso es evidente. Su manera de conocer el mundo y de desarrollarse se ha trasladado al mundo online, y ello incluye dos temas importantes y muy conectados entre sí: el sexo y el modo de relacionarse con las otras personas.
Los menores de edad –adolescentes y jóvenes– cada vez consumen pornografía a edades más tempranas. La prevalencia también es elevada: alrededor de un 80% de los chicos y 50% de las chicas afirman consumir pornografía de forma habitual.
Este contenido carece de filtros, no existen mecanismos válidos de limitación o verificación de edad, y eso implica que una simple búsqueda en Google nos da acceso a un vasto universo de contenido pornográfico. En ocasiones no es necesario buscar, sino que los mismos jóvenes explican que los anuncios de webs pornográficas les encuentran a ellos, mientras navegan por la red en otras páginas.
Otras características que contribuyen a su creciente consumo son la asequibilidad (el contenido pornográfico mainstream es principalmente gratuito), el anonimato (lo puedes consumir en soledad), y el propio contenido sexual que es ilimitado (con todo tipo de prácticas de alto riesgo para la salud e incluso ilegales).
¿Qué comporta ver porno a edades tempranas?
En primer lugar, hay que visibilizar el potencial adictivo que tiene. La adicción a la pornografía en internet encaja dentro del marco de las adicciones conocidas por los profesionales de la salud mental, y ello se traduce en una problemática con una prevalencia de un 3-7% a nivel mundial. La adicción o el uso problemático de pornografía puede conllevar alteraciones a nivel cerebral y disfunciones sexuales que pueden afectar al desarrollo normal de la persona.
El consumo de pornografía temprana se asocia a un conocimiento de la sexualidad deformado que repercute de forma negativa en la vivencia de la misma: baja autoestima, pobre autoconcepto, necesidad de aprobación por parte del otro, miedo al rechazo, insatisfacción corporal y sexual, miedo al fracaso sexual e hipersexualidad.
También se relaciona con problemas de salud física (embarazos prematuros, enfermedades de transmisión sexual o agresiones) y salud mental (trastornos afectivos, uso de drogas, etc).
Asimismo, la pornografía cambia la manera de crear relaciones íntimas, las expectativas que tenemos sobre ellas, la forma de valorarlas e incluso las prácticas realizadas. Ello es especialmente importante porque las prácticas sexuales de alto riesgo –con un impacto negativo sobre la salud– están más normalizadas y aceptadas a raíz de este consumo.
La pornografía y las relaciones de género
Más del 80% de los vídeos pornográficos contienen escenas de agresividad o violencia sexual, principalmente perpetrada por el hombre y dirigida hacia la mujer. ¿Cómo podemos educar en igualdad o apoyar causas como el feminismo mientras las nuevas generaciones utilizan este tipo de contenido como referente de educación sexual?
Varias teorías psicológicas explican que existe una tendencia a reproducir en la “vida real” lo visualizado en la pornografía, y ello sienta las bases para desarrollar un potencial estilo de relación de desigualdad, agresividad y cosificación, además de contribuir a perpetuar estereotipos de género.
Se ha constatado que el consumo de pornografía se relaciona con una mayor probabilidad de perpetrar violencia sexual, por parte de los chicos, o de ser víctima, por parte de las chicas, y no denunciarlo. Por otro lado, la pornografía también se asocia a otro tipo prácticas de riesgo, como la implicación en conductas de sexting, ciberacoso, online grooming, sextorsión y violencia en la pareja online.
¿Qué podemos hacer?
En primer lugar, aceptar que nuestros hijos podrían estar viendo pornografía en internet o que lo más seguro es que se tropiecen con ella en algún momento. En segundo lugar, abordar la cuestión, conversar con ellos y educarles. Debemos tomar las riendas en materia de educación sexual y no dejarlas en manos de la industria pornográfica.
El consumo de pornografía en los menores de edad es un factor de riesgo para el desarrollo sano de los niños y las niñas. Y, en muchas ocasiones, encontramos que la educación afectivo-sexual recibida en el hogar es o bien demasiado laxa o bien demasiado represiva.
Hay que educar en afectividad y sexualidad, basar esa educación en unos valores apropiados y fomentar una capacidad crítica que permita comprender de forma amplia la vivencia de la sexualidad, contribuyendo así a que desarrollen las capacidades y competencias para una correcta integración y sustento de una sexualidad sana.
Es prioritario cuidar y fomentar su autoestima y salud mental, ya que son el fundamento que permite establecer y desarrollar relaciones sanas con los demás.
Asumamos que no podemos controlarlo todo y que, si la pornografía encuentra a tus hijos, es importante que dispongan de un criterio propio para discernir qué es realidad y qué es ficción. Una buena educación afectivo-sexual es base y escudo de protección para ello.
Los padres tienen un papel esencial en el desarrollo del mundo emocional, social y del estilo de vida del adolescente. El estilo educativo y la relación familiar moderan el uso de las TIC y el impacto que pueden tener en los menores. Conversar y dar ejemplo son dos pilares de la educación relativa a estos nuevos tiempos.
Firma: Anna Bruch Granados