Una sociedad hipersexualizada

El empoderamiento de la mujer frente a los clichés

Recientemente decidí compartir un escrito titulado: Niñas hipersexualizadas, en la sección de participación en La Vanguardia. En solo cinco días, un total de 33.031 personas demostraron su interés por conocer la problemática que presenté. A raíz del interés suscitado, el medio abrió un debate y también ha publicado un extenso artículo en el apartado Tendencias, bajo el nombre de Infancias robadas. Mi pretensión era hacer un llamamiento a madres y padres, especialmente para acabar con la hipersexualización de las niñas y fomentar el empoderamiento de la mujer.

La realidad es que estamos en una sociedad hipersexualizada en la que se habla de sexo hasta para vender un helado a las cuatro de la tarde. La hipersexualización tiende a enfatizar el valor sexual de la persona por encima de otra cualidad que pueda definirla. Y parece que detrás de todo ello hay un interés meramente económico: el sexo vende. Ya hay quien lo ha bautizado como “marketing del amor”.

Normalización de la violencia de género entre los jóvenes

Del mismo modo, el auge de la industria del porno, que ha conseguido navegar a sus anchas por el mundo online, tiene terribles consecuencias. ¿Sabías que la edad media de consumo de pornografía es de once años? Además, un 20% de menores de diez años han visualizado contenido pornográfico. Lo grave radica en que suelen acceder de forma accidental, con un simple clic… La huella que deja en el vulnerable cerebro infantil es muy potente. Hoy ya existen nuevos depredadores sexuales de apenas catorce años.

Hay un falso empoderamiento de la mujer que emula el estereotipo sexual masculino más liberal y desinhibido. Esto revela la extendida creencia de que visibilizar los atributos físicos y de seducción otorga poder. Así muchas influencers de moda en las redes sociales, cuyas publicaciones siguen mayoritariamente niñas, responden a este patrón. Se trata de chicas muy experimentadas, que saben mercadear con su cuerpo. Tienen un discurso aparentemente feminista, cuando en realidad se muestran para conseguir popularidad, likes o dinero. Sea como sea, esta actitud está lejos de aportar una mirada más propia de la mujer. Un modelo con el que no parece que hayan conseguido dejar de ser contempladas como un objeto de placer.

Creo que la sexualidad exacerbada, la pornografía y los estereotipos que he mencionado, dificultan no sólo el avance de la mujer en diferentes ámbitos, sino que repercuten en el incremento de la violencia machista.

Por ejemplo, en el mundo gamer. Afirma la periodista Gina Tost que, en muchos videojuegos, se pueden ver patrones hipersexualizados de la mujer y de dependencia hacia el hombre. Un entorno que no difiere mucho del día a día de nuestra sociedad, dominado por un marketing del amor que perpetua un modelo sexista que humilla a la mujer. En este sentido, muchas de las gamers han padecido en sus pieles acoso y amenazas por parte de jugadores varones. Destaca una interesante iniciativa de Movistar que, bajo el nombre My game, my name, pretende combatir esta problemática.

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Un dato a tener en cuenta es el que da la Fiscalía General del Estado: el número de menores enjuiciados por violencia de género en el 2017 fue el mayor de los últimos ocho años. Seguramente influye en los resultados que hay más concienciación para denunciar y la reforma del Código Penal, que aumentó la edad de consentimiento para tener relaciones sexuales de trece a dieciséis años. Pero aun y así, llama la atención que, en pleno siglo XXI, uno de cada tres jóvenes entre quince y veintinueve años considere inevitable o aceptable las situaciones de control abusivo por parte de sus parejas.

Control de género en el entorno digital y audiovisual

El sexting y el cibercontrol son las nuevas formas de violencia de género. Muchos jóvenes desconocen que tienen derecho a la intimidad, dignidad, honor e imagen. Y, por eso, caen en el acoso a través de las pantallas por parte de sus parejas. ¿Y cómo les controlan?

En redes sociales, con la excusa de que son pareja, les piden sus contraseñas. Digámosles a los jóvenes que esto supone una clara violación de la intimidad, privacidad y libertad. También hay control a través de la geolocalización. En redes como Instagram, algunos vigilan con quién interactúa su pareja, a quién le comenta, a qué publicaciones le da me gusta, si incorpora nuevos contactos (seguidores y/o seguidos), qué fotos sube…

A través del móvil, les espían, siempre tienen que contestar cuando les llaman, es decir, estar disponibles. También cuando están en línea (por ejemplo, en WhatsApp) reclaman que les atiendan. Y por último, ya estaría el envío de imágenes íntimas (sexting) como prueba de amor.

¿Qué podemos hacer?

En primer lugar, quiero dejar claro que nada, absolutamente nada, justifica el acoso o agresión hacia una persona.

Si queremos cambiar las reglas del juego, la prevención y la educación son claves. Al fin y al cabo, todos son víctimas de esta sociedad hipersexualizada. Es fundamental ofrecerles herramientas para prevenir las relaciones tóxicas y para que no nazcan en el seno de nuestras familias depredadores fruto del consumo de pornografía a tempranas edades. En este sentido, creo que llegó el momento, por un lado, de empoderar a nuestras hijas desde su infancia. Hoy son las principales perjudicadas: esta es la realidad. Y también, por otro, es necesario educar a nuestros hijos para que aprendan a respetarse a sí mismos y a las chicas.

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En el caso de los adolescentes, para ayudarles a tomar conciencia de su entorno, es recomendable hablarles del machismo y de sus peligros. Si están en redes, en IS4K encontrarás recursos muy interesantes que te guiarán para hablar con ellos y habilitarles para que puedan detectar situaciones de peligro y pedir ayuda. En cuanto a la pornografía, hay plataformas como Dale una vuelta o Fight the new drug que tienen como objetivo crear conciencia de sus efectos dañinos.

La mejor receta

He leído mucha literatura al respecto y estoy convencida de que la mejor receta es la que tiene como ingrediente principal el amor. Así que el mejor escudo contra la hipersexualización es sentirse queridos. ¿Qué dejará huella en nuestros hijos e hijas? Nuestra mirada, cómo les tratamos y la calidad del tiempo compartido. Incluyamos en este tiempo un ocio saludable que les sirva para su crecimiento personal.

Del mismo modo, es clave cuidar su intimidad desde la infancia, generándoles espacios que favorezcan vínculos afectivos sanos. No sobreexponerles, valorarles por lo que son, resaltar sus habilidades y quitar importancia a sus atributos físicos.

En definitiva, un menor que se sienta querido será más capaz de tratarse bien así mismo, sin necesidad de sobreexponerse, valorándose por lo que es y así mantener relaciones sanas con sus semejantes.

Pero las familias no podemos navegar solas. Estamos constantemente bombardeadas e influenciadas por el exceso de sexualización en la mayoría de los ámbitos en los que nos movemos. Por lo tanto, es necesario que tomen partido aquellos actores públicos y privados que intervienen en la socialización de los menores. Urgen acciones concretas encaminadas a facilitar la tarea de las familias. Debemos exigir que nos acompañen y, en esta línea, desde la Fundación Aprender a Mirar y la Asociación de Consumidores de Medios Audiovisuales hemos intensificado el área dedicada al empoderamiento femenino en el Programa de Educación Audiovisual.

Firma: Anna Plans