La serie Adolescencia de Netflix está dando mucho que hablar. Esta miniserie inglesa de corte dramático ha generado un verdadero impacto en los medios y se ha posicionado como un auténtico fenómeno global desde su estreno en marzo de 2025.
La producción muestra de forma acentuada y en ocasiones exagerada las dificultades y la complejidad de la adolescencia actual desde la mirada de un joven estudiante de trece años. ¿Nos encontramos frente a un hecho puntual o estamos viviendo las consecuencias de nuestra era digital?
Frente a este tsunami de estímulos superficiales, comparaciones constantes y ausencia de liderazgo que envuelve a nuestros adolescentes, resuena de fondo la emergencia educativa a la que Benedicto XVI ya hacía referencia en 2007. ¿Qué está fallando en la educación actual? ¿Qué no estamos sabiendo ver? ¿Qué necesitan los adolescentes de hoy?
Sin duda, sigue siendo un reto transmitir valores fundamentales a las nuevas generaciones, ofrecerles referentes positivos y entornos estimulantes y atractivos para su crecimiento y desarrollo.
¿Los adolescentes de hoy lo tienen más complicado que las generaciones anteriores? La adolescencia por definición es una etapa clave de desarrollo emocional, identidad y autoestima. Un momento vital intenso por la cantidad de transformaciones personales y sociales, descubrimientos y aprendizajes. Ahora bien, el “factor pantalla”, sin duda, añade un plus de complejidad para el desarrollo del propio adolescente y un reto añadido para su educación en el entorno familiar y escolar. El día a día en el colegio y en consulta nos dejan ver una clara necesidad de replantearnos el uso de las pantallas y el consumo de contenidos en RRSS y series.
Podemos empezar revisando el ejemplo que damos desde casa. Y seguir por reconocer que un móvil no es un juguete ni una tablet tampoco es un regalo de primera comunión, sino una puerta a un mundo lleno tanto de posibilidades y ventajas como de contenidos que ni siquiera son aptos para el público adulto.
Debemos actuar sin temor, con prudencia, con supervisión, con reglas claras y tratar de no caer en la ingenuidad respecto a la curiosidad natural y el deseo de conocer de nuestros hijos y alumnos adolescentes. Expongo esta cuestión al hilo de la pregunta que suele aparecer en formaciones a familias sobre pantallas y RRSS: ¿a qué edad es recomendable darles el móvil a los hijos? Desde hace unos años suelo contestar con contundencia: la edad ideal para entregarle el móvil a los hijos es aquella en la que los padres consideren que sus hijos e hijas están preparados para ver pornografía.
En vista de las consecuencias que está causando la pandemia del porno 2.0 contestar cualquier otra cosa sería un insulto a la inteligencia y una falta de honestidad moral.
Ser adolescente nunca ha sido fácil. No resulta sencillo ser tratado como un adulto y hacer frente a las exigencias de la madurez (cada vez más tardía), viviendo en una constante búsqueda de aceptación, comparaciones y relaciones interpersonales. Todo ello sumado a factores especialmente presentes hoy que fomentan la inmadurez: sobreprotección, baja exigencia o la exposición continuada a las pantallas.
Padres y madres de familia y educadores se llevan las manos a la cabeza frente a ciertos comportamientos, formas de hablar, series o letras de canciones que escuchan sus hijos o alumnos. ¿Se nos ha olvidado a los adultos el adolescente que fuimos o la adolescencia que nos tocó vivir? Probablemente los padres y abuelos de épocas anteriores miraban a las nuevas generaciones de una forma muy parecida a la que lo hacemos los adultos hoy.
Uno de los cambios de paradigma más importantes entre las generaciones analógicas y la generación actual es el concepto de red social entendido como el lugar en internet donde la interacción va más allá de la mera comunicación. En este sentido la serie Adolescentes nos invita a reflexionar no sólo sobre las causas que llevan al protagonista a asesinar a Katie sino qué papel juega el mundo online en este hecho.
Los jóvenes han desarrollado un estilo de lenguaje singular de estos entornos con códigos propios o incluso secretos y una forma de relacionarse que en ocasiones nada tiene que ver a la que se da en el mundo real. La pantalla les aporta una falsa sensación de seguridad, libertad e impunidad y por tanto es mucho más sencillo cruzar ciertas líneas rojas o comportarse de tal forma que difícilmente sería posible fuera del espacio virtual.
Para el adolescente el entorno de las pantallas es muy similar al mundo de los sueños, “donde puedo ser y hacer lo que quiera” y los actos no tienen consecuencias más allá de la alarma del despertador.
Unido al entorno de las RRSS, las series son otro de los elementos que “educan” y crean un estilo de relación entre los adolescentes.
Recientemente un alumno de 4º de la ESO me explicaba que después de ver una serie, siguen el debate en redes, comentan, critican, crean memes, se posicionan a favor o en contra de personajes, etc. La complejidad aparece cuando en esta interacción se da un conflicto (acoso, humillación, insulto, etc.) y el hecho se traslada irremediablemente al aula, al colegio, a la actividad extraescolar, etc.
El impacto social y la velocidad de difusión es tan rápida como incontrolable. Eso provoca que la dimensión del problema se agrave y en muchas ocasiones llegue a abrumar y superar al adolescente viéndose incapaz de gestionar la situación. Entretanto la situación puede pasar desapercibida para el adulto ya que aparentemente todo sigue como siempre.
En este sentido la serie muestra (salvando las distancias) un hecho que lamentablemente es frecuente: el protagonista es ridiculizado y despreciado por parte de su compañera. La sensación de humillación, unido a otras carencias personales, es tan fuerte e insoportable que le mueve a cometer tal atrocidad.
El final de Adolescencia deja abiertas muchas reflexiones sobre la responsabilidad de los padres, la influencia de las redes sociales y el impacto de la radicalización en línea en los jóvenes. A modo de reflexión y conclusión propondría tres ideas:
Firma: Jorge San Nicolás