Petite maman

En tan solo 72 minutos, Céline Sciamma ha logrado condensar un relato de gran alcance en una cinta aparentemente muy modesta. La directora habla del luto desde el punto de vista de Nelly, que tiene ocho años. Sin embargo, eso no es más que el punto de partida pues, desde allí, construye poco a poco una fábula fantástica, un cuento de hadas en mitad de un bosque otoñal.

Tras la muerte de su abuela, la joven protagonista conoce a una vecina (Marion) y ambas se hacen amigas. Sciamma demuestra que es una gran directora de actrices infantiles con Joséphine y Gabrielle Sanz ya que, por momentos, parecen simplemente dos chiquillas paseando ágilmente entre los árboles delante de las cámaras, haciendo cosas propias de su edad. Mantienen conversaciones de niñas, pero con un contenido sorprendentemente profundo, más común en los adultos. No obstante, lo cierto es que, aunque a veces se nos olvide, los pequeños –igual que Nelly y Marion– entienden perfectamente lo que pasa a su alrededor, y lo expresan con sus palabras.

De este modo, sus personajes dialogan acerca del abandono, el miedo, la muerte o las despedidas, siempre en un tono inocente, en mitad de un juego, incluso con risas de fondo. Es realmente conmovedor cómo se van forjando los lazos en esta historia, que reflexiona acerca del vínculo entre madre e hija hasta conformar una bonita oda a su amor.

Es un acierto la ausencia –casi completa– de banda sonora y la mesura en la cantidad de conversaciones para poder apreciar todos los detalles. A pesar de que la propuesta es intuitiva, el espectador se fascina igualmente a medida que la narración avanza.

Petite maman es, en definitiva, una película sencilla, elegante y emocionante; una crónica mágica acerca del tiempo y las relaciones humanas, que maravillará a la audiencia veterana, pero que el público infantil también apreciará a su manera.

Firma: Patricia Amat