El embarcadero

Movistar+ ha encontrado un filón en la producción de series propias, pretendiendo rivalizar con otros servicios de pago similares. Productos como Velvet Colección, Gigantes, Instinto o El embarcadero, son algunos ejemplos de ello.

Nos centramos en esta última. Con el perfecto reclamo de Álex Pina en la dirección y Álvaro Morte como protagonista –ambos recordados por La casa de papel– nace una historia que puede parecer muy enrevesada pero que se reduce al más sencillo de los tópicos.

El guion nos presenta un triángulo amoroso formado por Óscar (Álvaro Morte), Alejandra (Verónica Sánchez) y Verónica (Irene Arcos) en el que el engaño y la naturalidad se dan la mano con total normalidad. Todo arranca con la muerte de Óscar, aparentemente por suicidio. Alejandra, su mujer, con la que lleva una vida totalmente normal, acude a reconocer el cuerpo. Entre sus pertenencias, un móvil. A partir de ahí, ella descubre cómo él ha llevado una doble vida perfectamente hilvanada en la Albufera, a unos cuantos kilómetros de Valencia donde vivía con Alejandra. Al parecer, su marido había formado una nueva familia, sin renunciar a su idílico matrimonio.

Así nace una historia de poliamor surrealista, forzada y que pretende normalizar una realidad poco creíble. Óscar ama a las dos mujeres por igual y se entrega a ambas. ¡Qué bonito! El único “pero” es que Alejandra está completamente engañada. A partir de estos hechos, se desarrolla una montaña rusa de emociones y sucesos tan poco verosímiles como predecibles. Además, muchos resultan incongruentes y, sobre todo, forzados. ¿Se puede idear un rascacielos de 300 millones de euros en dos minutos? Probablemente, ni el mismísimo Calatrava. Eso, por no hablar del sexo. Da la sensación de que existe una necesidad imperiosa por mostrar escenas sexuales, cuanto más explícitas y menos delicadas, mejor.

En lo personal, Irene Arcos es la única que logra realizar un personaje mínimamente interesante. Su papel se funde perfectamente con la dulzura en su voz, la tranquilidad y el estilo de vida “hippie” que lleva. Por el contrario, Verónica Sánchez hace aguas. En el papel de mujer engañada, casi psicótica, no consigue darle dramatismo y fuerza a un personaje que podría haber dado mucho más de sí. Le falta personalidad. El papel de Óscar es bastante plano, como la mayoría de secundarios, con especial mención a Katia (Marta Milans) y Conrado (Roberto Enríquez). La primera como amiga de Alejandra. El segundo, como policía atormentado que no consigue ver más allá por un trauma personal.

Pero, sobre todo, llama la atención la visión manipuladamente feminista que supura el guion. Veamos algunos ejemplos: Óscar es quien engaña a Alejandra e incluso a Verónica (a esta última con el tema monetario); los padres de ambas protagonistas o bien las abandonaron o llevaban una vida poco adecuada; son los chicos jóvenes –que no las chicas– los que se meten con Verónica por llevar una vida “moderna”; el jefe de Alejandra resulta ser machista y promiscuo y, así, un largo etcétera.

En resumen, El embarcadero es un thriller de misterio (poco thriller y poco misterioso) que podría haber resultado mucho más convincente. Le pierde una ideología exacerbada, una sobre explicación de la trama y esa manida tendencia a utilizar las escenas de sexo como reclamo cuando no se tiene nada más interesante que contar. Y, aunque la historia puede ser más o menos original y quizá consigue mantener la intriga durante un tiempo (más bien escaso), todo lo que la acompaña es previsible hasta decir basta.

Firma: José Carlos Amador