Provost retorna con una propuesta que bascula entre un tono ácido e inteligente y un didactismo torpe que acaba ahogando el film. Mientras, sobresale el buen hacer de Juliette Binoche, Moreau y Lvovsky.
Pasados unos geniales y prometedores cinco minutos de película, uno tiene la sensación de ir andando por el borde una acera, con un pie arriba y el otro abajo, sobre la calzada, es decir, totalmente desnivelado.
Cuando el film se centra en el grupo de protagonistas adultos, con el trío femenino a la cabeza, estamos arriba, disfrutando de unas interpretaciones excelentes, un ritmo perfectamente acompasado y un humor ácido pero inteligente, sutil y coherente con el fondo.
En otros momentos, sin embargo, al describir las peripecias de las jóvenes estudiantes de la escuela, nos caemos a la calzada empujados por un burdo, torpe, anacrónico y panfletario discurso que resta al guion el ritmo y la eficacia que necesitaba y seguramente pretendían los realizadores.
Esta descompensación narrativa también caracterizaba a Dos mujeres, el largometraje anterior de su director y guionista Martin Provost. Sucumbiendo a la necesidad de transmitir un mensaje sobre el cambio del papel de la mujer en la sociedad, sacrifica la sutileza y el tono de comedia inteligente que parecía ser el planteamiento general, anulándolo con la inserción de las tramas que oscilan entre el didactismo y las series adolescentes tipo Élite.
Es cierto que, cada vez que la narración se vuelve a centrar en los adultos, revive el interés y el disfrute ante un buen trabajo cinematográfico, aunque vuelva, como indicaba al principio, a caer una y otra vez. Desafortunadamente para el resultado final de Manual de la buena esposa, sus últimas escenas nos lanzan definitivamente a la carretera. En un alarde que quizá quisiese ser surrealista, original o simplemente simpático, no revelo nada si afirmo que solo consigue ser un auténtico bochorno.
Y tampoco se puede negar que, a pesar de todo, la lección magistral de interpretación que nos regala Juliette Binoche no por habitual deja de ser reseñable. Además, está potenciada por sus dos acompañantes, Yolande Moreau y Noémie Lvovsky, que son, sin lugar a dudas, lo mejor de esta malograda propuesta.
Firma: Esther Rodríguez
Paulette Van der Beck dirige una escuela para señoritas en Alsacia que prepara a las jóvenes para ser esposas y amas de casa perfectas. Pero estamos en 1967 y los aires de cambio en las mentalidades pronto van a llegar allí y harán tambalearse todo el mundo de Paulette.