El espía honesto

Rodada en espacios históricos, como la prisión de Hohenschönhausen o el antiguo Ministerio de Seguridad del Estado en Berlín, El espía honesto tiene una clara voluntad realista que se percibe en cada una de sus escenas y planos. Su directora, Franziska Stünkel, refleja con el estudio de la fotografía de estos espacios la espiral claustrofóbica en la que se ve atrapado el protagonista, Franz Walter, presionado cada vez más por las exigencias de un sistema totalitario.

Porque, en resumidas cuentas, esta es una historia de espías, pero una cuyo valor radica en su calidad como testimonio fidedigno de un complicado contexto político y social. No encontraremos, pues, impresionantes persecuciones ni agentes con habilidades descabelladas. Nuestro papel principal es un hombre como cualquier otro, con problemas, en un inicio corrientes, que van adquiriendo gravedad a medida que se va enredando en los entresijos de la inteligencia de la RDA.

En la construcción de este cuidado retrato, contribuye con acierto la interpretación de Lars Eidinger que transmite la angustia de un personaje que discurre entre tonos de gris. De manera similar, pero sin tanto espacio para desarrollarse, el resto de roles desvelan una complejidad propia de la vida misma, donde miedo, ambición y debilidad pueden acompañar también a dolor, respeto e incluso amor.

La dureza del régimen, donde no hay piedad ni perdón si no hay lealtad, se recorre sin adornos ni florituras. El espía honesto no es una película con vergüenza, no salvaguarda la mirada del espectador, es más, lo obliga a acompañar en todo momento a Franz Walter y lo atrapa en su mente.

En esta cualidad realista, sin embargo, se encuentra también su talón de Aquiles, ya que, aunque la tensión está bien trabajada, construyéndose paulatinamente, no es una trama complicada y el público poco acostumbrado a este tipo de obras puede preguntarse por qué necesita detenerse con tanta atención en los pequeños detalles.

Firma: Laura Trius