Los 100

Una premisa potente, unos personajes complejos, un mundo nuevo a descubrir y la libertad de hacer lo que se quiera. Si algo define el arranque de Los 100 es su atractivo. Con la curiosidad de los protagonistas por lo no conocido y su afán de libertad, sin darte cuenta, te encontrarás sin escapatoria en esta serie de ficción apocalíptica.

La primera temporada destaca por su acción y frescura, a través de la cual conoces a sus personajes principales, llenos de contradicciones y –sobre todo– diferencias. Pero no pueden dejarse llevar por ellas, pues deben construir una sociedad desde cero. Ahí aparece una de las primeras lecciones de Los 100: la importancia de la comunidad. El ser humano, como ser social, necesita de los otros para sobrevivir y, para ello, hay que dejar de lado toda disparidad y confiar en el prójimo.

Sorprendentemente, llega la segunda temporada, y la tercera, y la cuarta –y así sucesivamente–, y el guion nos sigue ofreciendo nuevas historias, personajes y espacios que se entrelazan con las tramas ya conocidas, haciendo de la serie un viaje narrativo sumamente interesante y profundo. Por no hablar, también, del uso de los famosos cliffhangers. Si Los 100 ya es una serie intensa y entretenida, el suspense añadido entre escena y escena –fruto de un ingenioso montaje–, hace que no quieras levantarte del sofá para saber qué le va a pasar a Clarke, a Bellamy o a Murphy.

No obstante, aquí viene el “dilema” de la serie: para conseguir sus objetivos argumentales, hace un uso abusivo de la violencia, presente en todos los capítulos, muchas veces de forma innecesaria o dirigida a personas inocentes. Sí que es verdad que, gracias al desenlace de la historia y a sus personajes, se consigue dar un giro a este problema y mostrar que “así no es como se consiguen las cosas”, y que la violencia solo trae más violencia. De este modo, la serie precisamente se postula en contra de todo esto –aunque no estoy tan segura de que se logre–.

La pregunta es: ¿el fin justifica los medios? ¿Mostrar tanta sangre durante siete temporadas es necesario para, al final, hacer ver que no está bien? Quiero pensar que no, que hay otras formas o, como mínimo, debería haberlas. Porque, tras mucha exposición a este tipo de contenidos, uno se acostumbra: y eso sí es un problema.

Ahora bien, ¿significa esto que no debemos darle una oportunidad a este producto? En mi opinión, tampoco. Simplemente hay que saber verla: siendo críticos, respetando la calificación de edad (+16) y siendo conscientes de que, lo que vamos a ver, no debe ser nunca imitado ni normalizado. Si lo hacemos de este modo, podremos disfrutar de una serie repleta de historias, emociones y personajes de lo más interesantes.

Firma: Berta Aliaga