A rienda suelta

Por fortuna, existen algunas series que, sin ser nada del otro mundo, debemos tenerlas en cuenta por atender con buenas intenciones a la audiencia a la que se dirigen. Es el caso de A rienda suelta, una serie juvenil que se compone para entretener a los preadolescentes con tramas adecuadas para ellos.

No obstante, cabe advertir que el guion confía demasiado en otros elementos (como la fotografía, el paisaje o la belleza de los caballos, entre otros) y se vuelve descuidado en su desarrollo y su coherencia. Como resultado, las historias se plantean y resuelven con prisa y sin mucha lógica. Pero todo esto, al final, da lo mismo porque la serie se ve por sus complementos.

Los bellos paisajes, la cuidada ambientación, los caballos, la elegancia de sus saltos y la vida rural en una preciosa isla son el envoltorio perfecto para unos personajes que evolucionan y maduran. Entre sus cualidades destacan la capacidad para mejorar, para enfrentarse a sus errores, para perdonar, para reflexionar y, en especial, para atender las necesidades de los demás.

En este recorrido, los “malos” tienen opciones de redención y los “buenos” también tropiezan de vez en cuando. Además, A rienda suelta hace una radiografía optimista del ser humano y propone ilusión, superación y empeño para realizar los sueños. Con todo, a veces, no deja de ser un poco sensiblera, pero es soportablemente sensiblera.

Y lo mejor lo dejamos para el final. Se trata de la genial irrupción de los personajes secundarios. Becky con su desorbitada imaginación y su descontrol verbal; Rossie con su afán por recuperar a su padre y su desubicación existencial; Ben, con sus propuestas infantiles y Jade, siempre conciliadora, son el mejor motivo para ver la serie.

Firma: Mar Pons