Aita

José Mª de Orbe, autor del largometraje La línea recta y productor de otros dos títulos, ha invertido tres años en este interesante proyecto, a caballo entre el documental y el experimento formal.

La casa es real y los personajes que la envuelven, incluída la profesora y sus pequeños alumnos en la visita guiada, son reales. Sus diálogos prácticamente son auténticos de principio a fin. Donde José Mª de Orbe y su equipo invaden el terreno es en la manera de recrear esa realidad en pantalla y sazonarla con unos juegos de luces y formas peculiares y cargados de simbología.

Manierista y metalingüística en su obsesión de encuadrar el plano con marcos de puertas, ventanas, armarios y espejos, y de jugar con los reflejos y clarosocuros, lo es también en su recreación de los espectros en forma de cine doméstico y del celuloide en descomposición.

Todo ello para explicar y evocar un conjunto de temas universales, también intensamente estilizados en la historia del arte: el paso del tiempo y el contrapunto entre lo viejo y lo nuevo -las niñas susurrantes (resonancias de El espíritu de la colmena) y el anciano cuidador, los aludidos huesos de los enterrados y las historias del más allá o la bella decrepitud de la casa-, que se complementan con la dialéctica entre fe y el agnosticismo presente en las conversaciones de el guarda y el cura.

Como si de una ‘mansión’ encantada se tratasa, Orbe libera en la nocturnidad a los fantasmas del pasado y en cada sonido y movimiento da vida, invisible, a lo añejo, en un homenaje conjunto a los ancestros y a su tierra.

El conjunto es un desafío cinematográfico bastante arriesgado, que pasó con bastante desafecto en San Sebastián, pero que no engaña a nadie con su estilo entre clásico y experimental.

Firma: Lourdes Domingo