Soy Luna

Llega a Disney Channel la sustituta de Violetta. Soy Luna coge el relevo de las telenovelas para adolescentes y presenta a su protagonista, esta vez, sobre patines. No hace falta advertir al espectador de lo que va a encontrar en esta ficción si conoce títulos como Floricienta, Patito feo o la citada. Pero, por si acaso, haremos un rápido resumen de lo que tienen en común estas propuestas juveniles: adolescentes en busca de la popularidad, la apariencia, microuniversos imaginarios, sueños de fama, intrigas familiares, complots y un sinfín de chorradas con disfraz de algo trascendente e irrenunciable. Por no hablar del dudoso gusto artístico y estético.

En todas ellas está presente la eterna lucha de clases y, aunque se intuye el porqué, no se entiende que los ricos siempre sean tan malvados y los pobres tan buenos. Con ello, además de una demostración de falta de originalidad narrativa, se cae en el estereotipo más común y en una manipuladora deformación de la realidad ya que, de tanto pregonar la misma idea, acaba por parecer cierta. Por otro lado, la maldad llevada al extremo sirve como pretexto para dar como buenas conductas que por oposición, y en otro contexto (menos forzado), se considerarían inadecuadas, como alegrarse con la desgracia ajena o el engaño.

Sin embargo, hay que reconocer que Soy Luna se distancia de sus predecesoras gracias a unos protagonistas más ingenuos y menos marcados por el ansia de estrellato. Luna Valente es, sin duda, mucho más seductora que, por ejemplo, Violetta por la naturalidad y espontaneidad con la que se ha revestido al personaje. Y su entorno, aunque de marcado interés conflictivo, es verosímil y menos extremado. En este sentido, los papeles adultos dejan de lado la interpretación histriónica que hemos padecido en otros seriales, para afrontar un estatus más acorde con su posición natural en la vida real. Así, a pesar de su caricatura, ejercen cierta autoridad e infunden algún respeto.

La familia es un valor relevante en esta ficción que también acaricia temas como la adopción, la ruptura matrimonial o la falta de atención paternal. La serie incluye, además, secretos, intrigas, amores y desamores y, cómo no, rivalidad y talento. Sin alejarse del denominador común de los productos Disney actuales, Soy Luna propone el patinaje como disciplina artística que viene a sustituir al baile y al canto (será porque el mercado ya no puede absorber a tanto niño cantor).

Fuera de la pequeña pantalla, Soy Luna también tiene su universo, un espacio que absorbe a las fans, donde acuden para saber más sobre sus ídolos catódicos. Como muestra de este «otro mundo» sólo citaremos el libro publicado bajo el título Soy Luna, El principio del verano y en el que se ilustra a los jóvenes lectores con una literatura del siguiente calibre: «Ella y yo nos llevamos súper bien. Me encanta que siempre sepa qué decir para hacerme sentir bien. Sabe escucharme cuando lo necesito y me tranquiliza con sus palabras. Además, siempre me ayuda. A veces, cuando tengo muchas cosas en la cabeza, ella viene a mi cuarto y charlamos un rato. Sé que a veces no asimila todo lo que le cuento (…). No sé; a veces quisiera poder hablar todavía más rápido, rapidísimo, para decir todo lo que pienso. Y otras veces me encantaría que decir todo lo que pienso bastase para que se hiciera realidad.» (Cap. 1, Pág. 12).

Pese a todo, esta propuesta para adolescentes no es catastrófica. Por su historia, puesta en escena y algunos valores interpretativos, Soy Luna puede ser un entretenimiento aceptable, siempre que sus espectadoras sepan tomar la distancia adecuada y no sucumbir a la envolvente propuesta del canal que la emite, donde se las anima a ser como la protagonista. Para evitarlo, cabe aplicarse la frase del escritor irlandés Oscar Wilde: «Sé tú mismo, el resto de los papeles ya están cogidos».

Firma: Mar Pons