Una historia amable y divertida que, gracias a sus muchas cualidades, se convierte en una opción para disfrutar, sin sobresaltos, de historias que acaban bien.
Basada en las novela de C.L. Skelton, los creadores de Todas las criaturas grandes y pequeñas nos vuelven a regalar un título con el que disfrutar y, también, con el que agradecer ciertas ventajas de la vida moderna.
Como ocurre con títulos similares, los protagonistas se desenvuelven en un escenario que nos traslada al pasado, en el que se enfrentan a situaciones impensables en la actualidad y donde son, en muchas ocasiones, pioneros de cambios sociales, avances médicos o revoluciones empresariales. En este caso, la lucha se desenvuelve en el ámbito social, entre una aristocracia prepotente y unos trabajadores al límite de la miseria, y aborda las precarias condiciones laborales.
A todo ello nos llevan de la mano los miembros de la familia Hardacre. Quizá con un exceso de clichés pero con buenas intenciones, una ambientación cuidada y un entorno amable. Las aventuras de esta familia se disfrutan por sencillas y humanas. En ellas, varios deseos legítimos –el de prosperar, el de encajar, el de encontrar la felicidad– se tropiezan con las torpezas habituales de los seres humanos –el sentido de superioridad, a validación por las apariencias o la usura–.
Y, en esta encrucijada, participan todos: los ricos, los pobres, los de noble cuna y los últimos en la escala social. Pero, al final, los guionistas deciden dar a las personas la oportunidad de rectificar, de aprender y de crecer. Quizá es por esto por lo que también se disfruta de la serie. La bondad de los personajes redime a la mayoría y sus errores suponen un camino para su evolución.
Estamos ante un relato de héroes cotidianos y de problemáticas cercanas que nos recuerdan que la felicidad no viene asociada al dinero, sino a algo tan intangible como la honradez, el amor familiar y el bien común. Además, Los Hardacre incluye un tema muy actual: querer aparentar lo que uno no es. Ya sea en las fiestas del té de hace casi dos siglos o a través de las redes sociales del milenio actual, hay personas que olvidan el valor que tienen y se amargan la vida (y la de los que le rodean) queriendo ser quienes en realidad no son.
Firma: Mar Pons
1890. Yorkshire. La familia Hardacre, compuesta por Sam, Mary, sus tres hijos y la madre de Mery, vive de descargar y destripar peces en el puerto. Trabajan de sol a sol porque la vida no les ha dado muchas oportunidades. Sin embargo, poseen lo básico para vivir dignamente.
Un accidente en el muelle pesquero le destroza la mano a Sam que ya no puede volver a trabajar. Tras discutir con el gerente –que, por supuesto, no se hace cargo de la situación–, Mary decide tomar las rienda familiares e iniciar un negocio de venta de arenques fritos.
Sorprendentemente, el éxito del negocio es rotundo y pronto se convierten en una de las familias más ricas de Yorkshire. Para dar nuevas oportunidades a sus hijos, el matrimonio Hardacre decide trasladarse a una mansión y codearse con la nobleza de la zona. No obstante, la llegada de estos nuevos ricos no será del agrado de todos. Las tradiciones y la cuna se imponen al dinero en una sociedad estancada en el pasado.
El nuevo reto de la familia será sobrevivir en el ambiente hostil de la sociedad inglesa y conseguir encajar en un mundo que no les pertenece. Todo ello sin perder de vista quienes son y lo que han trabajado para llegar donde están.