Una vida menos en Canarias

La promoción daba a entender que Una vida menos en Canarias iba a ser algo fresco, original, novedoso y, además, rodada en las islas para dotar de personalidad al producto. Y, al final, nada más lejos. Es automático y casi obligado relacionar este título con Crimen en el paraíso, un procedimental policíaco en clave de humor que triunfa desde 2011. Esta comparación perjudica enormemente a esta serie española y nos recuerda que, a veces, más vale no hacer las cosas que hacerlas a medias.

No sabemos muy bien qué opinarán los canarios pero, ya dese fuera, se advierte poco interés en plasmar la cultura (más allá de algún detalle ocasional), los espacios naturales, la diversidad o el lenguaje del territorio en el que se desenvuelve la narración. Además, tampoco la historia responde a la promesa de ofrecer algo distinto y personal.

Es difícil encontrar algo menos brillante que un discurso apologético sobre las consabidas reivindicaciones del colectivo LGTB, de las prácticas eutanásicas y de una experiencia de vida desligada de las consecuencias y encorsetada en los eslóganes de moda. Todo parece impostado en esta comedia en la que no seduce ni siquiera la tensión sexual no resuelta de los protagonistas (otra herramienta demasiado usada y, en muchos casos, mal usada).

Si la audiencia prescinde de todo lo anterior porque ya le va bien o porque fluye en las aguas del mismo río, el siguiente escollo es un guión simplón. Los crímenes, quizá demasiado sofisticados para el entorno en el que se cometen, pertenecen a una selección ya vista en productos americanos y, cómo no, se resuelven gracias a un protagonista un tanto especial y a unas inspiraciones tardías pero oportunas.

El inspector Luis Lacasa sufre acromatopsia, es decir que ve la vida en blanco y negro. Sin embargo, de vez en cuado y de forma caprichosa, asoma algún color, aún brillo o algún detalle que le pone sobre la pista. También se juega con su capacidad de deducción, que a veces funciona y a veces no. Incluso, se le pretende dar un áurea de cascarrabias, de genio, de problemático y, a final, todo queda en agua de borrajas.

Los diálogos y las actitudes superficiales (o inmaduras, según se mire) de cliché suponen otro obstáculo para decidir invertir un solo minuto en este espacio que no lo salva ni el aire de comedia que lo envuelve.

Firma: Mar Pons