Pubertad es un intento poco sincero, superficial y demasiado explícito de denunciar una lacra social en auge: las agresiones sexuales entre adolescentes. Mucho metraje y pocas propuestas de valor.
Leticia Dolera (Vida perfecta) escribe, dirige y protagoniza este drama en forma de miniserie. Las agresiones sexuales entre los adolescentes es un tema candente y son el centro del título. No obstante, a él también se suman los conflictos generacionales, los adultos inseguros, el consumo de pornografía, el uso de los dispositivos tecnológicos y una retahíla de ideas que llaman la atención en estos tiempos (machismo, homofobia,…).
A primera vista, parece un buen síntoma que seamos capaces de abordar cuestiones incómodas en la ficción. Sin embargo, hay que tener cuidado cuando se utilizan las series para la denuncia social. Sería bueno contemplar sin prejuicios el hecho denunciable, analizar con profundidad las causas y, finalmente, ser honestos en las conclusiones. Además, se habría agradecido un universo más heterogéneo, no una etiqueta única para cada generación.
En el universo de Pubertad se intuye que algo no funciona, que nos hemos perdido por el camino, que nuestros jóvenes están solos y que, en realidad, no sabemos cómo arreglar este desperfecto porque somos incapaces de renunciar a nuestros propios caprichos (caprichos en forma de amantes, de poder, de estatus, de ideologías o de reconocimiento familiar y/o popular).
Y es indiscutible que una agresión sexual es grave, y el proceso de justicia restaurativa que propone la serie es positiva. Hasta aquí todo bien. Sin embargo, es solo la punta de un iceberg sobre el que Dolerea decide no pronunciarse. No hay profundidad en los diferentes conflictos que se apuntan y, sobre todo, el foco se dirige hacia un final que es un mero parche.
De fondo, queda la sensación de que estamos poniendo tiritas a una herida sangrante y profunda (incluso lucrándonos con ella). Y, sobre todo, la evidencia es que nadie se atreve a ir al origen. Esta denuncia en forma de título audiovisual no es más que una relato llamativo para generar algunas reflexiones (quizá excesivas y no todas oportunas para el relato), pocas acciones con propósito y muchos titulares en digital (y premios a la vista).
En la forma, la cámara nos pasea una y otra vez por desagradables escenas de niños masturbándose, viendo porno (del duro), mintiendo a sus padres, cogiendo borracheras y conversando de anomalías sexuales como quien comenta un partido de fútbol. No hace falta ser muy sensible para no querer andurrear por esos parajes. Y, al lado de la cercana apuesta británica, Adolescencia, nuestro producto queda en las antípodas de la elegancia, la sugerencia, la honestidad y la interpretación convincente.
Al final, esta cinta sugiere que sigamos diciéndoles a nuestras adolescentes (entre otras cosas) que alcoholizarse, empastillarse, consumir porno y acostarse en la misma cama con tres preadolescentes en el mismo estado (o más) de inhibición y excitación no es nada malo. Y luego ya, si se tercia, solucionaremos cualquier cosa que haya podido pasar (¡oh, sorpresa!) en un proceso de justicia restaurativa, donde los acusados pedirán perdón, harán buenos propósitos, ella llorará y el resto, como sociedad, seguiremos a lo nuestro (cruzando los dedos, eso sí, para que no nos salpique a nosotros).
Firma: Mar Pons
Roger tiene 13 años y va con su madre a pasar las vacaciones a casa de sus abuelos. Allí coincide con su primo Pol y los mejores amigos de este, Steven y Manuela. Los tres participan en la colla castellera que preside el padre de Pol, y de la que forman parte desde hace generaciones.
La noche de San Juan, los cuatro amigos deciden abandonar las fiestas del pueblo para montarse la suya propia en casa de Pol. Alcohol, pastillas, porno y hormonas son los protagonistas de la noche. Cuando, al cabo de unos días, Manuela denuncia una agresión sexual sufrida esa noche, saltan todas las alarmas.