Henry Danger

Del creador de otras comedias para adolescentes como Victorius o iCarly, Dan Schneider, llega esta teen sitcom para aumentar la cantidad de la oferta, pero no su calidad. Basada en una idea de guión corriente, Henry Danger no incorpora ningún aspecto que la haga destacar entre el resto. Quizá se aprecia una mejora en los efectos especiales en relación a otros productos similares y, también, un esfuerzo en los diálogos, pero no consigue ir más allá.

Como notas discordantes, destaca el uso —esporádico pero existente— de gags humorísticos cercanos a las comedias para adultos (aplaudidos por las risas enlatadas), la ineptitud sobreactuada de los padres y de los mayores en general, la engañosa emancipación de los menores con su ilimitada libertad y la falta de consecuencias reales a sus actuaciones.

El tono de comedia invade las caracterización de unos personajes anclados en el estereotipo. De esta forma, se exageran las cualidades o defectos hasta un punto que los hace previsibles y nada atractivos. Sobreabundan los hábitos tecnológicos menos adecuados (el uso del móvil y las tabletas a temprana edad y a todas horas, perfiles en redes sociales siendo menores de catorce años, etc.) y, aunque se puede interpretar como una caricatura buscada y dirigida al público adulto, sorprende que los protagonistas vivan tan inmersos en los problemas que, generalmente, se deberían atribuir a los jóvenes de edad más avanzada.

En conjunto la serie ofrece un entretenimiento descafeinado pero, si se traspasa un poco la superficie, pronto se llega a concluir que Henry Danger mezcla valores universales como la amistad, la sinceridad, la justicia o el bien común con mensajes poco alentadores para el menor como que todo siempre acaba bien, la facilidad para conseguir lo que se quiere, la suerte como sustitutiva del esfuerzo, etc. A pocas dosis resulta aceptable. En exceso, se atraganta.

Firma: Mar Pons