En los últimos años, hemos sido testigos de un cambio radical en la forma en que consumimos videojuegos. Lo que antes era impensable, hoy es una realidad: el formato digital está tomando el control de la industria, relegando el formato físico a un segundo plano.
En el mundo de los videojuegos actuales, hay algo de lo que casi nadie se puede escapar: los micropagos. Si tenéis hijos que juegan a Fortnite, EA Sports FC, Brawl Stars o cualquier otro título, es muy probable que hayáis oído hablar de estas compras dentro del juego. Pero, ¿qué son realmente? ¿Por qué están por todas partes? ¿Y por qué deberíamos preocuparnos?
Los micropagos implican gastos extra dentro de un título. A veces son simplemente de un euro, otras veces cinco, pero otras muchas… de cantidades mayores. No se trata de comprar el juego entero, sino de pagar por extras una vez ya lo hemos iniciado. Aquí es donde entra el gran negocio y abanico de posibilidades.
En algunos títulos, estos extras son dlcs o contenidos extras que amplían la experiencia de juego. Por ejemplo, en Sniper Elite 5 la campaña se compone de ocho misiones, pero tenemos hasta cinco más que podemos descargar previo pago (individual o pase de temporada). El gran problema de este tipo de contenido es su elevado precio. Que el conjunto de misiones suplementarias del producto supere los 50 euros cuando el título cuesta entorno a los 60, nos parece abusivo.
Un caso parecido es el de Dragon Ball Sparking! Zero. La última entrega del universo de Toriyama nos invita a comprar dlcs basados en sus últimos arcos –Super Hero o Daima– a precio abusivo. A cambio, unos pocos personajes de más.
Este no es el único ejemplo de contenidos extra, también encontramos micropagos asociados a cosméticos o skins, es decir, objetos que sirven para personalizar a nuestro personaje. Especialmente populares en juegos gratuitos, nos permiten diferenciar a nuestro avatar de cualquier otro. Los casos de Fortnite o Brawl Stars ilustran perfectamente este tipo de dlc.
Por último, tampoco podemos olvidarnos de los famosos pay to win. Esta modalidad consiste en ofrecernos ventajas sin necesidad de invertir horas de juego. Especialmente populares son los sobres FUT de EA Sports FC o los de NBA 2K25.
En esencia, consiste en desbloquear extras inmediatamente a cambio de dinero. También es muy común que en muchos videojuegos gratuitos nos encontremos con esto. ¿No estáis tentados de pagar para tener ese personaje inmediatamente?
Otra modalidad cada vez más extendida es la de las suscripciones. Es el caso, por ejemplo, del Xbox Game Pass o PlayStation Plus, que nos permiten acceder a una variedad de juegos por una cuota mensual, trimestral o anual. Aunque son atractivos, el riesgo es que la renovación automática puede generar gastos continuos si no cancelamos a tiempo, incluso si ya no usamos el servicio. Al final, vendría a ser una biblioteca de alquiler de videojuegos. Y ojo, porque también tenemos que pagar si nos conectamos online.
En este contexto, tampoco podemos olvidarnos de los “pases de batalla”. En la línea de lo que hemos visto antes, nos permiten desbloquear recompensas exclusivas -no solo cosméticas, sino de cualquier tipo- al completar desafíos dentro de un tiempo limitado.
Aunque son divertidos, pueden presionar a los adolescentes a seguir jugando más de lo deseado solo para conseguir todas las recompensas antes de que termine la temporada.
Y no nos olvidamos tampoco de las cajas botín o máquinas tragaperras digitales. Aquí entra el factor suerte. Estas consisten en ofrecernos objetos aleatorios previo pago y funcionan como una especie de lotería virtual. Algunos países ya las están regulando por su parecido con las apuestas.
El mayor problema de los micropagos no es solo el gasto que comportan. El verdadero riesgo es que están diseñados para hacernos gastar sin darnos cuenta. Y en este contexto, los niños y adolescentes son los más vulnerables. Muchos juegos usan estrategias para generar sensación de necesidad: ofertas que caducan, recompensas solo para quien paga, o la presión social de que “todos lo tienen menos yo”.
No se trata de prohibir los videojuegos, sino de aprender a convivir con esta realidad. Por ello, os animamos a activar los controles parentales que limiten las compras, así como evitar asociar vuestras tarjetas de crédito.
Firma: José Carlos Amador