Siete años en el Tíbet

Discreta película-río, realizada con más ambición que logro artístico por el especialista Jean-Jacques Annaud (En busca del fuego, El oso, El nombre de la rosa). Adaptación de la biografía novelada de Harrer, que tuvo serios problemas antes y después de la producción. Por una lado, los gobiernos chino e indio desautorizaron el rodaje en el Tíbet y la India, con lo que el equipo técnico tuvo que hacer localizaciones en Canadá y Argentina, donde finalmente rodaron (Vancouver y los Andes) con la colaboración de 150 tibetanos exiliados.

Luego, poco antes del estreno, la revista alemana Stern divulgó el pasado nazi del protagonista: Heinrich Harrer fue sargento de las SS, pero se redimió al contactar con la espiritualidad budista. Su propio intérprete, el galán hollywoodiense Brad Pitt, que fue a visitar a Harrer a Austria (donde vive retirado, con 85 años), lo definió como “el más ardiente defensor de la lucha contra el racismo, las culturas amenazadas y la causa del Tíbet. Nos deseó suerte y pidió nuestros mejores esfuerzos para representar su vida”. Realizada, pues, en exóticos escenarios naturales y perfectamente ambientada (unos cuidados decorados reproducen la ciudad tibetana de Lhasa), al relato le falta garra dramática y su narración resulta demasiado plana, decayendo el ritmo y el mismo interés narrativo.

Tampoco Brad Pitt está brillante en su interpretación y la partitura de John Williams no alcanza la altura de los grandes clásicos del género ni logra conmover al espectador. Seven Years in Tibet resulta, por tanto, un “biopic” tradicional, alejado de las películas-río que antaño realizaron David Lean, George Stevens o William Wyler. Así, en palabras de su citado protagonista, cuenta “la historia de una iluminación personal, la redención de un hombre y cómo éste lucha por aceptar su culpa y exorcizar sus propios demonios”. Sin embargo, apenas se ofrece convenientemente la evolución existencial de Harrer (de militante nazi a defensor de la causa tibetana), quedando en unos meros apuntes psicológicos e ideológicos, ahogados por la fascinación del mundo del Kundun (Dalai Lama).

Aunque el filme no es un canto al budismo, prácticamente deviene en un paseo turístico por el Tíbet, rememorado los difíciles años de la segunda conflagración mundial y la posguerra, hasta el regreso a Europa del protagonista y el exilio del Dalai Lama (con quien mantiene amistad), tras la invasión china de 1950. Tres años después, Heinrich Harrer escribiría su obra: una novela que no ha dejado de venderse y se ha convertido en un libro de viajes imprescindible para los amantes del alpinismo y los seguidores de la cultura tibetana.
 
Sin duda, ahora se incrementarán las ventas del best-seller. No obstante, Annaud sigue enamorado de la odisea del héroe protagonista, y dice que su historia tiene muchos puntos en común con las anteriores películas suyas: “Todas tratan sobre el aprendizaje. En esta ocasión, Harrer tiene todo lo que desea. Es guapo y ha tenido mucho éxito, pero no es feliz. Deja su país siendo muy famoso y su vida cambia de verdad cuando se sumerge en otra cultura. Su transformación es a nivel más bien personal”.

Firma: Redacció