Tres mil años esperándote

Tres mil años esperándote es la película que cualquier apasionado del cine (no digo cinéfilo) espera. El cartel engancha, el título intriga y la letra, revelando el protagonismo de Tilda Swinton, promete un producto de calidad a lomos de una historia fantástica (en todos los sentidos) de la que disfrutar en la gran pantalla.

Desgraciadamente, por lo menos para la que suscribe, Tres mil años esperándote es también una tremenda decepción en su conjunto, agravada por el hecho de constatar regularmente, lo que podía haber sido al ver las múltiples oportunidades perdidas para haber diseñado una joya tan atemporal como el relato que nos cuenta.

George Miller, su director y coguionista, ha demostrado, hasta ahora, una solidez en su oficio fuera de lo común. En productos tan dispares como la saga Mad Max, El aceite de la vida o Babe el cerdito valiente, nos ha ofrecido propuestas trepidantes, intensas y capaces de llevarnos a universos diferentes en los que admirar personajes y participar de sus dramas.

Desconozco si el relato corto de A. S. Byatt en el que se inspira no daba para más, si a Miller le ha pillado cansado, o si su debutante coguionista desbarató el proyecto. El hecho es que este último film somete al espectador a un tiovivo de sensaciones que, mérito tiene, le hace pasar de la exasperación por el desorden y las continuas decepciones al aburrimiento de mirar el reloj cuando su metraje final no llega a las dos horas.

El arranque es prometedor. La descripción del papel principal, interpretado sin tacha por Tilda Swinton, es prodigiosa y la ambientación, con un colorido intenso pero contenido cercano a Wes Anderson, augura lo mejor para las próximas horas. La irrupción del genio, también encarnado a la perfección por Idris Elba y el comienzo de las elegantes, punzantes y emocionales conversaciones entre ambos nos lleva a enrolarnos en su progresiva amistad sin pensárnoslo dos veces.

Sin embargo, a medida que el genio va proponiendo y mostrando sus leyendas, el ritmo se descompensa y la creciente tensión ascendente se suelta y, como un muelle indómito, se descontrola al vaivén de un colorido exagerado, una sensualidad grotesca y una fantasía que se enreda en un rocambolesco desvarío que solo consigue deslucir el estupendo trabajo de la pareja protagonista.

La confusión imperante lleva a un larguísimo final, como si, enredados en la desbordante alucinación, no se supiese bien cómo acabar. Y esta ralentización contribuye a que la cinta se haga más larga de lo que realmente es.

Como los apasionados del cine que citaba al principio, somos por definición inasequibles al desaliento, nos quedaremos, al despedirnos de este Aladino adulto y psicodélico, con la ilusión de haber asistido a una bonita historia de amor genialmente representada por Swinton y Elba. Y el regusto que nos haya dejado lo zafio y descerebrado, ya nos lo quitaremos con próximo estreno.

Firma: Esther Rodríguez