Carla Simón presenta una obra de madurez que nos habla de la memoria individual y colectiva. La sensibilidad con la que aborda ciertos temas y la riqueza de sus capas regalan un poético viaje.
Romería se siente como un salto sustancial en la breve, pero destacable filmografía de Carla Simón. Partiendo de ese poso autobiográfico presente tanto en Estiu 1993 como en Alcarràs, aquí se permite ir un poco más allá y madurar su lenguaje cinematográfico, expandiendo las posibilidades de las imágenes que la ficción facilita.
Así pues, esta es una obra con varias capas, que se va desentramando paulatinamente y cuyas lecturas se entrecruzan. Con un formato epistolar, la película se divide tal y como lo hace el diario materno que lleva a la protagonista, Marina, hasta Vigo: por capítulos fechados. Cada uno de ellos se acompaña de preguntas que la protagonista se cuestiona y que, indirectamente, se lanzan al espectador.
En esta historia de búsqueda, identidad y reencuentro, Carla Simón parece explorar el cine como un espacio de ensoñación. De esta manera, aunque navega por el naturalismo de sus anteriores obras, se atreve a dar un salto hacia lo poético u onírico, más cercano a su fabuloso cortometraje Carta a mi madre para mi hijo. Esta mezcla de capas y espacios –ficción, onirismo y autobiografía– se traducen también en una imagen múltiple: la digital para la acción presente, la granulada para las proyecciones del pasado imaginado y las grabaciones caseras de la propia Marina para destapar su visión subjetiva.
Toda esa riqueza del lenguaje visual desemboca en un testimonio sobre la memoria familiar y, en lo personal, un acercamiento a la epidemia del VHS que azotó a la sociedad y a varias familias durante, sobre todo, los años ochenta. Pese a la dureza del tema abordado, Simón demuestra un tacto nada frívolo, convirtiendo lo personal en un documento expositivo de lo ocurrido y un ejercicio de memoria colectiva también.
Con todo, Romería es una de esas películas que busca en el cine una forma de curar heridas pasadas, brinda cierta luz a tabúes desde la amabilidad y supone un recordatorio de la crueldad del olvido. Un hermoso viaje ante el que un solo visionado se queda corto.
Firma: Yoel González
Marina viaja hasta Vigo para pasar una temporada con la familia de su padre biológico, quien murió de sida como su madre cuando era muy pequeña y al que jamás llegó a conocer. Su llegada remueve un pasado que los miembros de la familia de su progenitor parecen querer olvidar, marcado por la vergüenza y el tabú de la epidemia del sida. Sin embargo, con la ayuda del diario de su madre y el estrecho vínculo que logra establecer con su primo Nuno, logra sumergirse en ese pasado para recuperar lo perdido.