Manele Labidi consolida su mirada entre comedia y crítica social en un relato que mezcla, asimismo, cotidianeidad y una pincelada de fantasía. Con una enérgica Camélia Jordana de protagonista, el film desconcierta e invita a pensar.
La directora y guionista Manele Labidi, francesa de origen tunecino, estrena su segundo largometraje repitiendo la idea de base de su opera prima, Un diván en Túnez: una fusión entre la comedia y la crítica social. Sin embargo, los cinco años que separan ambas películas han dado fruto de madurez y la mezcla queda más compacta y sugerente que en su primer intento.
El planteamiento general es la historia de un matrimonio joven de inmigrantes, que se quiere con la misma pasión e intensidad con la que discute absolutamente por todo. Entre sus disputas, se encuentran sus problemas económicos y, sobre todo, la nostalgia de una tierra y unas tradiciones que se han abandonado sin que la soñada y ausente prosperidad haga que haya merecido la pena. Este sustrato básico, suficiente para un drama social, se acaba advirtiendo, tras los primeros compases de la trama, como un bastidor que sostiene unos personajes difíciles de clasificar.
Como el propio título da a entender, Amel, esposa de Amor y madre de Mouna y Kenza, señorea todo el metraje con su personalidad arrolladora, irritante, mandona, a ratos arbitraria, y siempre orgullosa y digna como una auténtica “reina madre”. No se sabe nunca por dónde va a salir y eso da al film una positiva imprevisibilidad. La interpretación de Camélia Jordana resulta enérgica y verosímil, como ya demostrara en, por ejemplo, Una razón brillante.
Si las explosivas acciones de Amel no resultaran demasiado originales, Manele Labidi se descuelga haciendo que el propio Carlos Martel, vencedor de los musulmanes en Poitiers en el 732, se aparezca a Mouna y sirva como catalizador de problemas de identidad y de encaje en una sociedad cristiana en la que el fenómeno de la inmigración no había alcanzado aún los niveles del siglo XXI.
Esta mezcla de cotidianeidad y fantasía da al film un aire entre absurdo y esperpéntico que recuerda vagamente a Alain Resnais y, más recientemente, a la contenida The Lost King. Las comparaciones puede que me hayan quedado desproporcionadas y generosas, pero lo cierto es que este film desconcierta, encandila y hace pensar. Bastante es.
Firma: Esther Rodríguez
Amel y Amor son un matrimonio joven con dos niñas. Él es argelino y ella tunecina, inmigrantes en el Paris de los 90. Cuando les rescinden el contrato de alquiler se desata una crisis existencial que tendrá unos efectos surrealistas en Mouna, la hija mayor.