No mires arriba

Adam McKay (La gran apuesta, Vice) vuelve a abrazar la política, la sociología y los fenómenos recientes para estrujarlos y sacarles partido humorístico y reflexivo.

Con un estilo que mezcla la parodia, el drama apocalíptico y la ironía hacia el gobierno de las naciones, las grandes empresas que se presentan como gurús del futuro y los medios de comunicación convencionales y digitales que transforman lo más serio en banalidad entretenida, parece que McKay no deja a nadie fuera del cuadro.

Sin duda, en muchos de los elementos que pasan por la pantalla reconoceremos fenómenos y experiencias que hemos vivido en los tiempos recientes, cuando una amenaza global hacia nuestra salud o seguridad se convierte en una irracional polarización de toda la comunidad humana. Ciencia y escepticismo, normas colectivas y libertad acérrima, información y trivialidad corren por las venas de todos los protagonistas para actuar como un espejo satírico.

Adam McKay parte de un guion, como en sus anteriores películas, muy alocado (con hipérboles que no complacerán a todos los gustos), demasiado largo y, por momentos, parece que inconexo (aunque sabe a dónde quiere llegar). Lo absurdo que resulta lo que, a ratos, cuenta nos hace pensar las también situaciones absurdas que hemos sufrido o contemplado en el último año y medio.

La puesta en escena mantiene el ritmo frenético del montaje de McKay, y convive con los metadiscursos y la hipertextualidad de mensajes de redes sociales sobre impresionados en la pantalla. Su efecto cómico está asegurado, así como la ridiculización del simplismo que a veces nos caracteriza cuando configuramos esos mensajes rápidos.

Finalmente, unido a un curioso y sereno final (que se aboca, con ligereza pero se aboca, hacia la trascendencia), hay que felicitar a todo un elenco que lo da todo para hacer verosímil estas más de dos horas de farsa.

Firma: Lourdes Domingo