Alauda Ruiz de Azúa presenta una sólida obra llena de capas y reflexiones que abraza la madurez del espectador y le anima a salir de sí mismo para pensar en los otros. Un excelente guion y un sensacional reparto elevan la experiencia.
Si hay algo poderoso son aquellas películas que se siguen construyendo una vez el espectador abandona la sala y crecen en él lentamente, lo llevan a pensar y debatir. Es ahí pues donde Los domingos se descubre como una valiosa obra, llena de profundidad y madurez para una cineasta con tan solo dos largometrajes –entre ellas la fabulosa Cinco lobitos– y una serie –Querer– a sus espaldas.
La combinación entre lo moderno y lo sacro, entre Quevedo (el cantante de género urbano) y los salmos, se plantea desde el primer plano del film y anuncia gran rigurosidad en la realización de la directora. Desde paneos analíticos y personajes enclaustrados en habitaciones susurrantes, la historia se sumerge en el temblor intrafamiliar y el consecuente conflicto que se deriva tras el anuncio de la hija mayor por convertirse en monja de clausura. Ese comunicado despliega toda una serie de reacciones por ambos lados, tanto dentro del seno doméstico como en las figuras religiosas que han estado acompañando a la protagonista durante su discernimiento vocacional.
Sin embargo, lo que podría haberse convertido en una lucha de bandos y contrastes polarizados, Alauda lo aborda elegantemente y se aproxima a ello desde la ambigüedad y complejidad propiamente humana. De esta manera, anima al público a mirar más allá, desde otras perspectivas y a ensanchar horizontes. Sí, Los domingos es una historia sobre la fe y las creencias religiosas, al igual que es un relato que sugiere atender o incluso aceptar aquello que, en un momento, nos pueda parecer inconcebible o contrario.
Para llegar a tal punto de reflexión e introspección, el largometraje cuenta con un guion minucioso, preciso y lleno de detalles que despliega unos roles y unos diálogos extremadamente bien escritos. Entre estos últimos, surgen tres gloriosos personajes femeninos: la joven Ainara que se encuentra en la encrucijada entre los miedos de seguir el propio camino y el choque con la incomprensión y la manipulación del resto –una soberbia revelación la actuación de Blanca Soroa–; una arrolladora Patricia López Arnaiz en la piel de Maite, la tía atea que se configura como la figura materna, llena de pliegues y antítesis; y la madre superiora interpretada por Nagore Aramburu, quien imparte una clase magistral sobre la sutileza interpretativa.
En esencia, Los domingos cumple con lo que la propia Alauda Ruiz de Azúa sentenció en su discurso al ganar la Concha de Oro en el pasado Festival de San Sebastián: un lugar de encuentro, un espacio para debatir y, esto lo añado yo, una mirada llena de comprensión y empatía. Queda así una propuesta que nos habla sobre el respeto y la aceptación de aquello que, aunque pueda parecer incomprensible, hace felices a nuestros seres queridos. Un cine que nos hace salir de nosotros para pensar en los otros.
Firma: Yoel González
Ainara está a punto de terminar bachillerato y pronto tendrá que decidir su futuro o, como su familia espera que haga, qué carrera universitaria estudiará. Sin embargo, cuando la joven manifiesta sentirse llamada por Dios para dedicarle su vida como monja de clausura, esa revelación crea un seísmo dentro del seno familiar que lo cambiará todo.