Kursk

Crítica Kursk

Análisis

Thomas Vinterberg filma un buen largometraje sobre una catástrofe. Acertadamente, pone el foco en el grupo de marineros que perecieron en el submarino, sosteniéndoles con la tradición, la familia y la profesionalidad.


La historia (recogida en A time to die: the untold story of the Kursk tragedy, de Robert Moore) es conocida: el 12 de agosto del año 2000, el submarino Kursk se hundió durante un ejercicio naval en el mar de Barents con 118 tripulantes a bordo. La operación rescate fracasó y no hubo supervivientes, dejando en tierra a 71 huérfanos. La fase de salvamento de los rusos fue gestionada con secretismo e incompetencia, negando la ayuda proporcionada por otros países hasta que ya fue demasiado tarde.

Para un director, enfrentarse a un argumento basado en hechos reales y cuyo final ya es conocido, donde los buenos y los malos están definidos de antemano, supone un riesgo. Sin embargo, Vinterberg, un cineasta que por su filmografía (Celebración, La caza) no guarda relación con la historia del Kursk, ha tomado una serie de decisiones no habituales en el cine comercial narrativo de nuestros días, en las que ha dado peso a unos temas, situaciones y relaciones entre roles que convierten Kursk en un buen título.

La primera de ellas es dónde centrar la atención, y los elegidos son los marineros, encabezados por Matthias Schoenaerts, casado con el personaje interpretado por Léa Seydoux. Kursk empieza con una anécdota familiar, que más tarde cobrará sentido pleno. Schoenaerts está cronometrando a su hijo, de unos nueve años, bajo el agua de la bañera de su casa; llega a los cincuenta y siete segundos sin respirar y sale emocionado por su nuevo récord. El padre, marinero de la Armada de Rusia, tampoco disimula la emoción: su hijo seguirá sus pasos. El niño abraza a su madre y, cuando llega la hora de acostar al pequeño marinero, se persiguen los tres por el hogar. En esta persecución familiar, Vinterberg llega a dejar planos en los que no hay ni un solo actor, pues están fuera de campo persiguiéndose.

En esta época utilitarista, cinematográficamente hablando, en la que este tipo de tomas ya no tienen interés porque no hacen avanzar la narración, que Vinterberg tome una decisión humanista, dejando para más tarde la catástrofe del Kursk para centrarse en un abrazo, en una sonrisa, gestos cotidianos para nosotros pero a los que el cine ha dado la espalda, es casi un milagro; y más cuando estamos hablando de una cinta de cuarenta millones de dólares que trata sobre la muerte de 118 marineros ahogados en un submarino.

En las siguientes secuencias, el director no se queda corto: vemos a los marineros trabajar, preparar la boda de uno de ellos y, ante la falta de dinero, empeñar sus relojes. Un gesto que trasciende la camaradería mostrada hasta el momento, son marineros, se juegan la vida en cada misión, hombro con hombro, y eso es importante para Vinterberg, que le dedica tiempo. Viendo estas escenas, es imposible no pensar en las películas militares de John Ford, donde la camaradería entre los soldados de menos graduación, como es el caso de estos marineros rusos, les permite encontrar una familia en un ambiente donde no tienen a nadie con el que compartan lazos de sangre.

Cuando llega la boda, Vinterberg no se precipita, planifica un plano medio en el que los novios desfilan hacia el sacerdote seguidos por el resto de soldados perfectamente uniformados, flanqueados por el resto de invitados mientras cantan. Otro pasaje en lo que lo único importante, narrativamente hablando, es nada. Vinterberg podría haber hecho como hizo Peter Berg en Marea negra, que narra la catástrofe de una plataforma petrolífera: mostrar solo la desgracia, la muerte. No obstante, el realizador danés apuesta por los seres humanos, por los gestos, por lo que es realmente imprescindible: la emoción. Podemos ver Kursk de manera industrial, entender de qué va y limitarnos a ello: el submarino se hunde y, la incompetencia y el orgullo ruso por no aceptar ayuda extranjera provocan la muerte de los tripulantes, pero estamos delante de algo más.

A la hora de definir el cine relacionado con temas bélicos, podemos encontrar dos tipos de cineastas: los que vivieron la guerra y los que no. Los que sí lo hicieron, como John Ford, cuando regresaron, produjeron relatos inspirados en esas situaciones: no ignoraban las batallas y desastres, aunque se centraban en lo realmente importante: las personas. Al contrario de Spielberg o Nolan quienes, en vez de rodar películas, levantaron parques de atracciones. Vinterberg se ha posicionado con los del primer grupo.

Hay un detalle que no conviene pasar por alto. El largometraje empieza con un formato ancho, llenando en amplitud la pantalla pero no en longitud. Cuando el submarino zarpa, la imagen se amplía llenando el resto de la pantalla, que vuelve a reducirse cuando se consuma la tragedia. Vinterberg apuesta al cien por cien por los marineros, no carga tintas contra los altos mandos del ejército ruso, encarnados especialmente en Boris Nikolayevich Yeltsin (Max von Sydow), y eso dignifica la trama, pues no estamos obligados a detestarle. De hecho, por su reacción en el funeral, entendemos que él acepta su error y está triste por ello. Pese a haberse comportado como un idiota, jugando con la vida de los marineros hasta el punto de no evitar su muerte, nosotros, el público, tenemos la última palabra: Vinterberg nos da esa libertad, no le corresponde a él posicionarse con sus caracteres, sino a nosotros.

El cineasta danés se despide con una imagen digna de ser mencionada: un plano general estático desde un monte; al fondo, el horizonte, que nace donde termina el mar, ocupando tres cuartas partes del plano, como siempre recomendaba filmarlo Ford; en el cuarto restante, vemos pasear a la viuda de Schoenaerts con su hijo entrando en el plano y cruzándolo de izquierda a derecha. En ningún momento la cámara se mueve, cuando lo ha estado haciendo durante casi toda el metraje, agitada por los acontecimientos. Ahora, de lo contrario y como contrariada, permanece inmóvil, despidiendo con solemnidad a estos dos personajes, sin entrometerse en su paseo, y todavía más cuando el niño va a dedicarse a lo mismo pese a la muerte de su padre.

En un tiempo dominado por el caos y el exceso, encontrar una película que trata sobre algo grande y que se centra en lo pequeño, nos recuerda que existen tradiciones en el Historia del Cine, y Vinterberg se ha posicionado claramente en la de John Ford (emoción, familia, tradición) y en la de Howard Hawks (profesionalidad distintiva).

Firma: Andreu Arribas

ficha técnica

Director: Thomas Vinterberg

Guionistas: Robert Rodat

Intérpretes: Colin Firth, Geoffrey Newland, Guido De Craene, Léa Seydoux, Martin Brambach, Matthias Schoenaerts, Max Von Sydow, Michael Nyqvist, Peter Simonischek

Género: Drama

País: Bélgica, Francia

Fecha estreno: 05/12/2018

Lenguaje: Coloquial

Público

+12 años

Valoración

Contenido

Humor

Acción

Violencia

Sexo

Valores

Narra la tragedia del submarino nuclear ruso 2000 K-141 Kursk ocurrida en agosto del año 2000, y la negligencia gubernamental que le siguió.

Mientras los marineros luchan por sobrevivir, sus familias luchan desesperadamente contra los obstáculos políticos y las ínfimas probabilidades de salvarles.

Título original: Kursk

País: Bélgica, Francia

Duración: 117'

Fecha producción: 2018

Distribuidora: A contracorriente films

Color: Color

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