Una secuela que excede en epicidad a la primera, mientras mantiene los elementos que ensalzaban a su predecesora. Es sin duda una propuesta entretenida, donde en medio de toda la acción destaca un reparto sobresaliente.
Veinticuatro años después de estrenar Gladiator, con la que logró cinco estatuillas doradas, Ridley Scott regresa con una continuación inesperada. Después de un tiempo buscando una coherencia narrativa para elaborar esta secuela, la historia toma lugar dieciséis años después de la muerte de Máximo en el Coliseo a manos de Cómodo. Paul Mescal se pone en la piel de un Lucio adulto y recoge el manto de Russell Crowe.
Si bien Gladiator II mantiene similitudes argumentales con su antecesora –en parte debido a que sendos protagonistas se ven impulsados por motivaciones parecidas y abanderan valores similares–, aquí todo crece en magnitud. Desde las numerosas batallas, pasando por los complots que se van entretejiendo y dinamitan la acción, hasta la grandiosidad de unos escenarios, todo parece aunarse para atrapar al espectador en esa inestable gloria de la Antigua Roma.
A partir del momento en el que terminan unos artísticos créditos a modo resumen, la película despega de forma inmediata y, yendo al grano, da paso a un imponente combate. El ritmo se mantiene desde entonces constante y la acción nunca decae, siempre abierta a los distintos giros que se van dando. Así pues, pese a su duración, no hay casi tiempo para respirar y el metraje pasa con suma ligereza.
Las tramas políticas, los juegos de poder y las conspiraciones siguen conformando parte del esqueleto del relato, al igual que unas contiendas que proporcionan un nivel de violencia elevado y adoptan disciplinas distintas, desde duelos tradicionales a las legendarias naumaquias. Entre todo este despliegue, vuelve a destacar un reparto estelar que se entrega a cada uno de sus personajes, ofrece una variedad enriquecedora y sostiene los ligeros tropiezos que pudiera llegar a tener la producción. Connie Nielsen recupera a esa Lucinda de pocas palabras, pero certera en sus sentencias y su mirada; Pedro Pascal y Denzel Washington se incorporan como caras opuestas de una misma moneda, el ideal de justicia y honor por un lado, y el ejemplo de corrupción, avaricia y mezquindad por otro; los jóvenes Joseph Quinn y Fred Hechinger sobresalen en su retrato de la exacerbada locura imperial, y el relevo de Paul Mescal hace justicia a la épica de la crónica y lo consolida como uno de los actores del momento.
En resumen, Gladiator II es un ejemplo de blockbuster con grandes aciertos, que asegura el entretenimiento y, al mismo tiempo, posee elementos de calidad técnica –a pesar de alguna errata histórica o anacronismo en favor de lo ficcional–. Además, sigue proponiendo una pluralidad de sugerentes temas con reminiscencias actuales sobre los que debatir, muy vinculados a las esferas sociales y políticas: la importancia de un bien común, la dignidad de las personas y el derecho natural a ser libres, la depravación de los poderosos y los gobernantes, o la búsqueda de un ideal de justicia. Aquellos quienes aún atesoren la primera, se verán gratamente sorprendidos; aquellos que aún no la hayan visto, ya tienen una excusa para hacer una sesión doble y disfrutar de un épico visionado.
Firma: Yoel González
Después de la muerte de Máximo a manos de su tío, Lucio se ve obligado a huir a los territorios romanos en el norte de África para esconderse de aquellos que quieren evitar su ascenso al trono. Apartado de su madre, construye una nueva identidad, pero la expansión promovida por los tiránicos hermanos emperadores pronto lo obligan a regresar a la Ciudad Eterna, esta vez como gladiador. Lleno de sed de venganza y con la voluntad de restaurar el sueño de una Roma libre y gloriosa, Lucio rememora su pasado con la intención de hallar en sus antepasados el vigor para encarar el futuro.