Carlos Sedes dirige un drama superficial del que solo puede ensalzarse la fotografía. La trama es simple y tediosa, el reparto no es estridente y lo único que se disfruta es el recorrido a través de los viñedos de Jerez.
Tanto el director como los guionistas de este título han estado involucrados en producciones como Velvet, Las chicas del cable o Gran Hotel. Todas ellas han estirado una narración de mentiras, amores prohibidos, adulterios y traiciones aunque, eso sí, envueltas en una exquisita decoración de época. Y eso es básicamente lo que cabe esperar de El verano que vivimos.
A pesar de que el film promete una historia de amor épica y eterna, no es más que otro culebrón ligero cuyas apariencias de complejidad no consiguen disimular su simpleza. La cámara se esfuerza en explotar primeros planos para captar miradas, sonrisas y cualquier gesto que indique al espectador que está presenciando un romance encendido. Además, el concepto de amor que propone es bastante superficial y pasional, y se justifican muchas conductas deshonestas calificándolas de inevitables, cuando es evidente que si uno juega con fuego puede quemarse.
Para acabar de pulir la experiencia, se puede apreciar una banda sonora que está diseñada para forzar la emoción. Quizá este conjunto logre engañar a la audiencia y le haga ver belleza donde no hay más que embustes y deslealtades. No obstante, el público más cultivado solo encontrará una crónica cansina y edulcorada.
Lo que sí merece grandes elogios es la ambientación y la recreación del Jerez de los años 50. La fotografía es ciertamente agradable y los encantos de la región pueden embaucar al auditorio, haciendo inevitable que se desee tomar una copa de vino en sus increíbles plantaciones, pasear a orillas del mar o contemplar a un pájaro sobrevolando el campo al atardecer.
Fuera de eso, el trío de actores (Blanca Suárez, Javier Rey y Pablo Molinero) interpreta correctamente a los protagonistas de un triángulo amoroso que podría ser el de cualquier otra cinta; aunque en este caso concreto esté basado en hechos reales. Pero, desgraciadamente, el bonito relato que garantiza el cartel de la película no es sino otro engaño del que solo se salva el contenido visual
Firma: Patricia Amat
A Isabel no le ha quedado más remedio que hacer las prácticas curriculares en un periódico que no ha elegido. Allí le encargan la sección de esquelas, una tarea muy poco enriquecedora.
Sin embargo, el primer obituario que recibe no va firmado y descubre que, cada 15 de septiembre, el mismo desconocido le dedica unas palabras a una mujer llamada Lucía. Este hecho la anima a poner en práctica sus dotes periodísticas y a investigar sobre esa historia de amor que tuvo lugar en 1958.