A partir de un objetivo audaz, la película dibuja las enormes dificultades que implica poner en marcha una orquesta de jóvenes palestinos y judíos. Con un ritmo desigual, resalta su tono sobrio y esperanzado.
El conflicto entre palestinos y judíos en Israel es uno de los temas más sangrantes de los últimos cien años. Su virulencia, su permanencia en el tiempo y la poca esperanza en que se resuelva no deja de llamar la atención a quien le interese mínimamente el mundo en que vivimos.
El cine ha tratado esta cuestión desde muchos ángulos y posiciones. Es interesante constatar cómo, en los últimos años, han aparecido producciones que abogan por una pronta salida al conflicto, motivadas quizá por el inagotable carácter soñador de los artistas. Es cierto que, en su mayoría, están realizadas con el impulso y la financiación de países extranjeros, como si no fuese posible que el intento surja de dentro. Sea como fuere, títulos como El hijo del otro, Todo pasa en Tel-Aviv, Los informes sobre Sara y Saleem o la que ahora se presenta, Crescendo, ponen su granito de arena para la resolución del conflicto y, al menos, nos recuerdan al resto lo que en esas zonas se está sufriendo.
En este caso, el realizador germano-israelí Dror Zahavi parte de una iniciativa que, en 1999, llevaron a cabo el director de orquesta Daniel Baremboim y el filósofo Edward Said: organizar una orquesta con jóvenes músicos judíos y palestinos. Crescendo no está basado en dicha experiencia real, pero sí que recoge el guante del ideal que la motivó y el resultado es sorprendentemente realista.
Con gran sobriedad, para mantener el tono objetivo y equidistante, nos va situando en los lugares de procedencia de algunos de los músicos, las dificultades que tienen para su educación y el proceso de admisión por medio de una audición a ciegas. Poco a poco, in crescendo, se va ahondando en los problemas conforme aparecen los roces, recelos y prejuicios de los dos “bandos” hasta que la inevitable tragedia estalle.
A pesar de las intenciones del equipo de guionistas, el ritmo del film es desigual y, sin embargo, creo que esta falta de ritmo beneficia al conjunto de la película. La pretendida línea ascendente de la trama no acaba de despegar y parece como si el inmovilismo de las posiciones ideológicas y vitales de los protagonistas fuesen las que pusiesen la zancadilla al desarrollo del guion; de un modo similar a las dificultades que se encuentran las conferencias de paz u otras iniciativas de ese tipo. Es desalentador asistir al dolor que se auto-infligen, cegados por un pasado y un presente cargado de odio que les incapacita para, si quiera, luchar por la paz y la concordia.
Crescendo es consciente de esa situación y es lo que muestra. Encarnada en el rol del director de orquesta, apuesta por seguir trabajando a pesar de las reticencias de los propios jóvenes protagonistas. El diálogo y el amor, con trama Romeo y Julieta incluida, se revela como el único camino que, quizá, podría llegar a buen puerto siendo conscientes de los cadáveres que puedan quedarse en el proceso. Y de esa manera, un largometraje que podría resultar excesivamente buenista o, por momentos, cursi, se convierte en un amargo testimonio acerca de una realidad en la que se ha desdibujado el propio concepto de lo que es la persona.
Hay momento sublimes, por supuesto, donde se acaricia la esperanza y uno se admira de lo que el ser humano es capaz de hacer cuando mira más allá y más dentro del otro. El muy bien traído ensayo de la Sinfonía del Nuevo Mundo, la segunda encuesta acerca del sí o el no y, cómo no, el final nos recuerdan que merece la pena seguir trabajando por el bien y la paz.
Firma: Esther Rodríguez
Una fundación alemana quiere formar una orquesta con jóvenes músicos palestinos y judíos como un modo de buscar la paz por medio de la cultura. Para ello, contrata a un director veterano que no tendrá fácil lograr que los enemigos habituales ensayen sin enfrentarse.