Clerks

Opera prima de un joven norteamericano de 23 años, Kevin Smith, realizada en blanco y negro y en 16 mm. con sus compañeros y amigos de escuela. El presupuesto es de unos 25.000 dólares. Como el también “independiente” Robert Rodríguez –que rodó El Mariachi (1993) con la escalofriante cifra de un millón de pesetas–, este representante de la Generación X ha puesto en imágenes un film que está dando mucho que hablar.

Realizado con una clara influencia del género burlesco y con una estética heredera del cine mudo o hasta del underground USA, respeta la tradicional unidad espacio-tiempo-movimiento (aunque la cámara está muy estática; son los personajes los que se mueven dentro del encuadre) y da más prioridad a los diálogos que a la acción; verborrea que será continua de principio a fin. La película fue premiada en Cannes 94 y en el Festival de Sundance y de Nuevos Realizadores del MOMA de Nueva York. De carácter claramente autobiográfico, Clerks (Dependientes) es una comedia ácida que retrata cierto microcosmos actual, psicosociológico y laboral estadounidense, pero acaso extensivo a otras latitudes. Dividida en sketches, los protagonistas y sus amigos –novias, ex-novias, compañeros–, además de los diversos clientes, conversan sobre el amor y el sexo, la vida y la muerte, la familia y la escuela, la droga y el deporte, el trabajo y el ocio, la música o el cine –espléndido el discurso sobre El retorno del Jedi– con un desgarro atroz, y es tan crudo su realismo que se hace muy molesto para el espectador.

La obscenidad verbal y la sugerencia aneja, pues, alcanzan un grado superlativo en el relato, pocas veces expuesto así en las pantallas. Todo ello, dentro de un clima amoral, desesperanzado y algo próximo al cinismo. Tierna e inspirada en momentos, patética y tremendamente áspera en otros, la película intenta provocar la hilaridad del público, pero no transmite más que angustia y hastío también supino. Sin embargo, “el indecente infierno en el que sobreviven –tal como lo calificaría con acierto el filósofo Pedro Antonio Urbina–, y que nunca muestra la cámara”, está teniendo notable aceptación entre los aficionados jóvenes, ya que este film resulta un paradigma –esperemos que sólo a nivel técnico-creador– para tantos otros que asimismo “sueñan con hacer” su película-testimonio. Dentro de esta misma línea heavy y de “realismo sucio” se estrenaría a finales de 1996 la también desagradable y “epatante” cinta del independiente británico Danny Boyle, Trainspotting –adaptación de la novela de Irvine Welch– acerca de las desventuras de un heroinómano escocés de nuestro tiempo.

Firma: Redacción