Challenges y retos virales

Corría el año 2014 cuando, por internet, comenzaron a popularizarse vídeos de personas famosas que se lanzaban a la cabeza cubos de agua helada. Se trataba del Ice Bucket Challenge, uno de los primeros retos virales que, en este caso, se proponía dar visibilidad y recaudar fondos para la esclerosis lateral amiotrófica (ELA). Así, su viralización venía secundada por una buena causa. Seguramente, muchos lo recordamos por lo divertido de las imágenes o, incluso, por haberlo realizado. Pero pocos sabrán que gracias al Ice Bucket Challenge se recaudaron casi 200 millones de euros. Otro ejemplo de propuesta positiva fue el #TrashTagChallenge en el que se animaba a la gente a recoger basura de las playas y a compartir una imagen del antes y del después. Con esto, simplemente queremos lanzar una reflexión sobre las motivaciones que puede haber tras estos retos virales.

Sin embargo, hemos visto que, con el paso de los años, estos challenges se han convertido en un aluvión de modas efímeras y pasajeras pero, sobre todo, en intentos de viralizarlo todo, absolutamente todo y, casi siempre, sin una motivación positiva o benéfica detrás, simplemente como puro divertimento.

De esta forma, se han popularizado innumerables retos, algunos simples como el #BabyChallenge, que consiste en compartir una foto de cuando éramos pequeños. Otros más elaborados, imaginativos o creativos, como el que surgió durante la cuarentena y en el que debíamos imitar obras de grandes pintores y artistas de la historia con lo que tuviéramos por casa. Además, en el periodo de confinamiento también se extendieron los retos basados en realizar ejercicio y mantenerse en forma, como el #PlankChallenge, y otros como el de dar diez toques con un rollo de papel higiénico, como si de un balón se tratara. Surgieron algunos orientados a los más pequeños, como el #SimbaChallenge, emulando la escena de El rey león donde el mono Rafiki tiñe la frente de Simba con un tinte rojo.

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¿Cómo encontrarlos?

Para ser localizables y popularizarse con rapidez, todos los retos vienen precedidos de un hashtag (#) y un nombre. Esta identificación se pone en todas las publicaciones relacionadas y se convierte en una etiqueta que facilita su difusión y agrupa los contenidos similares.

Con la irrupción de TikTok, sobre todo, se han propagado los desafíos basados en bailes con canciones concretas, gesticular con las manos, recrear fotografías de la infancia, replicar alguna escena o montajes de vídeo, demostrar las habilidades a la hora de realizar alguna acción o, incluso, sumarse a una pantalla partida interactuando con el artista o grupo impulsor del reto en cuestión.

A nivel creativo, los retos pueden ser algo que nos anime a ponernos a prueba. El problema viene cuando las redes están, literalmente, inundadas de este tipo de contenido que buscan, deliberadamente, la propaganda gratuita de canciones o artistas. Algunos vídeos tienen mayor difusión que otros, como es lógico, pero todos buscan la fama. Esto condiciona la creatividad musical y artística y se observa una tendencia desmedida a lo que comercialmente se pueda popularizar de un modo sencillo. De hecho, algunas canciones que ya se publicaron hace años, cuando no existían este tipo de challenges, se han vuelto a poner de moda gracias a esta práctica, como Get Busy de Sean Paul, lo que lleva a que muchos artistas traten de hacer lo propio con temas antiguos.

Por otro lado, a nivel social, se ha generado una tendencia en la que los jóvenes y adolescentes se ven abocados a participar continuamente en este tipo de mascaradas que provienen tanto de la industria musical y audiovisual, como desde cualquier particular. La mayoría suponen algo divertido e inocente pero, entre tanto reto, aparecen algunos que plantean acciones peligrosas a modo de misiones “de valentía» como autoestrangularse, beber detergente o comerse un cactus ardiendo. También surgen otro tipo de retos que no siempre son percibidos como peligrosos, por parecer menos arriesgados o que no comprometan de forma tan directa la vida de quien lo haga, aunque sí pueden suponer un daño o perjuicio hacia los demás.

En estos casos, encontramos desafíos que suponen un riesgo (sean grotescos y/o controvertidos). Por ejemplo: lamer la taza del váter, ingerir alimentos de formas poco saludables, en mal estado o con su envoltorio, practicarse cortes o quemaduras, agredir, asaltar o amenazar a alguien mientras otro lo graba en vídeo, etc. En definitiva, se trata de realizar acciones contra la integridad y la salud de las personas y, por tanto, pueden ser constitutivas de delito en sí mismas.

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¿Dónde está el origen?

Este tipo de propuestas, generalmente, se plantean de forma anónima o por algunos influencers que buscan notoriedad a través de la controversia. Algunos de ellos han ocasionado accidentes, robos, desapariciones o suicidios, sobre todo, entre los jóvenes y adolescentes. La falta del desarrollo del pensamiento racional, su impulsividad y el hecho de que algunos tienden a actuar antes de valorar las consecuencias, hace a este colectivo especialmente vulnerable. Varios de estos retos han tenido gran repercusión como la Ballena azul, Momo, Goofy y el Abecedario del diablo, incluso han inspirando algunas películas de ficción como Nerve.

El problema se generaliza cuando, en esta tesitura, nos encontramos con desafíos que, a priori, no parecen tan radicales, o incluso pueden resultar graciosos, por lo que son vistos como un juego. Un ejemplo es el #BirdBoxChallenge, caminar con los ojos vendados, inspirado en la película protagonizada por Sandra Bullock que se popularizó en 2019 y que hizo que Netflix pidiese públicamente no sumarse a dicho reto.

Para los menores de edad todo esto supone parte de su entretenimiento, por lo que conviene vigilar y estar atentos a estas tendencias y modas permanentemente cambiantes. En este entorno, cada semana irrumpe algún nuevo challenge y nadie se ocupa de separar los que pueden suponer un peligro de los que no.

Pero, además de permanecer atentos ante este tipo de actividad, conviene tener muy en cuenta el tiempo invertido por los adolescentes en estas prácticas. Además, cada vez se plantean retos orientados a los más pequeños y esto supone un alto nivel de exposición. Como primera medida, preguntarles por los retos en los que han participado nos puede dar una idea de la cantidad y del tipo de pruebas a las que se suman, tanto de forma directa como a través de su entorno de amistades, en el colegio, etc.

Debemos valorar que estas acciones participativas suelen generar unas altas expectativas de popularidad que les condicionen desde pequeños/as a desarrollar una dependencia de la aprobación y reconocimiento de los demás en redes sociales, a medir su éxito a base de likes, seguidores y visitas, así como a compararse y competir de forma sistemática con los demás. Capítulo aparte merece la cultura de la hipersexualización en la red, o las conductas machistas que idealizan las relaciones tóxicas derivadas de algunos de estos retos, tal como ya denunciamos con la campaña #dislike.

Una nueva iniciativa

En esta ocasión, desde la Fundación Aprender a Mirar, hemos querido lanzar tres concursos que abordan temas clave relacionados con el uso de la tecnología por los jóvenes y adolescentes, como son las tecnoadicciones, el ciberbullying y el rol de la mujer en las redes sociales, convocando así el Concurso escolar por un consumo (tecno)lógico.

Firma: Álex Estébanez