Los videojuegos llevan años formando parte del día a día de los más jóvenes. Ya no son ese pasatiempo de “máquinas recreativas” con el que crecimos muchos hace 30 años, sino un universo enorme que cabe en el salón de casa o en el bolsillo gracias al móvil. Sin ir más lejos, ¿cuántas veces no habremos visto las entradas de los colegios abarrotadas de alumnos jugando al smartphone hasta que es la hora de comenzar?
Como padres, se nos presentan retos continuos: ¿cómo evitar que estén todo el día enganchados? ¿cómo discriminar el contenido inapropiado? ¿es posible que trabajen con un móvil? Lo cierto es que los videojuegos no tienen por qué ser un problema: bien gestionados, pueden ser una herramienta de diversión, aprendizaje e incluso de conexión familiar.
Os presentamos 10 tips prácticos y fáciles de aplicar para ayudar a que los videojuegos se conviertan en un aliado, y no en una preocupación.
Es normal que nos preocupemos por cuántas horas pasa un niño/a delante de la pantalla. La clave está en equilibrar: que haya tiempo para jugar, pero también para hacer deporte, leer o simplemente aburrirse un rato (el aburrimiento también despierta la creatividad). Un truco sencillo: adelantaos y establecer horarios fijos. Cuanto menos margen para la improvisación, mejor.
Los videojuegos tienen un sistema de clasificación por edades llamado PEGI. Al final, es como leer los ingredientes de un paquete de galletas: te dice si ese juego es apto para niños de 7, 12, 16, 18 años o para todos los públicos. Eso sí, que en unas galletas se indique las calorías que tienen no significa que, por ello, dejemos de consumirlas sin más. Nos toca revisar para evitar que se encuentren con contenidos que no son adecuados para su edad.

Muchos juegos permiten jugar en línea con personas de todo el mundo o con un grupo de amigos. Esto puede ser divertido, pero también abre la puerta a desconocidos. Aquí la regla de oro es clara: igual que no hablarían con cualquiera en la calle, tampoco deberían hacerlo en internet. Es importante enseñarles a no compartir datos personales con nadie y vigilar cómo y con quién se comunican.
Un juego gratis en el móvil puede salir caro si vuestro hijo empieza a comprar extras como skins o personajes adicionales sin control. La solución es sencilla: para poder comprar online es necesario introducir una tarjeta y una contraseña; no la compartáis. No es cuestión de fiscalizar, sino de no tentar a la suerte. Cualquier compra debería de ser consultada previamente.
Aunque no sepamos mucho de tecnología, es bueno intentar jugar de vez en cuando con nuestro hijo y, si no somos capaces, por lo menos intentar escucharles en su afición. No importa si perdemos siempre o si no nos enteramos de nada (ya de por sí es difícil comprender frases completas de los adolescentes que siempre incluyen palabras como bro, no me renta, random, F en el chat y tantas otras). Compartir ese espacio genera confianza y nos da la oportunidad de ver qué contenido consumen.
Aunque solamos hablar de ellos de manera negativa, los videojuegos no solo entretienen, también pueden educar. Hay títulos que fomentan la estrategia, la cooperación, la creatividad o incluso las matemáticas y la historia. Juegos como Minecraft permiten construir mundos enteros; los Total War nos hacen revivir acontecimientos históricos y fomentan la estrategia… Si sabemos encauzar a qué juegan, tendremos mucho ganado.

En lugar de que cada hijo juegue aislado en su habitación, coloca la consola o el ordenador principal en un lugar común de la casa, como el salón. Así será más fácil supervisar de forma natural, sin necesidad de “vigilar”. Y en el caso del móvil, evita que entre en la habitación. Fuera de nuestro control, es un descontrol.
Quizás el punto que más nos cuesta. Si nuestros hijos ven que sus padres están todo el día pegados al móvil, es difícil pedirles que apaguen la consola o dejen el suyo. Mostrad que nosotros también sabemos desconectar: dejad el móvil en la mesa durante la comida o apagad la tele a una hora prudente. Ese ejemplo vale más que mil sermones.
Los videojuegos generan emociones intensas: alegría, frustración, nervios o son el reflejo de sus relaciones sociales… Hablar con nuestros hijos sobre esas emociones ayuda a que aprendan a gestionarlas. Preguntadles cosas como: “¿por qué juegas a este juego?”, “¿qué compañeros de clase estáis conectados?; ¿con quién estás hablando por el micro?”. Ya lo decíamos antes, mostremos interés por ellos.
Existen aplicaciones de control parental que permiten establecer horarios, bloquear ciertos juegos o limitar las compras. Es cierto que cuanto más crecen, más difícil es poner barreras de seguridad. Ahora bien, visto que los niños cada vez tienen acceso a las pantallas a edades más tempranas, hemos de ser capaces de marcarles el camino desde pequeños. Ya luego los soltaremos de la mano.
Firma: José Carlos Amador