Me miras luego existo. La sexualidad necesita de la mirada para existir. Mirar no es lo mismo que ver. Mirar implica hacer un esfuerzo profundo en conectar con el otro ser humano que tengo delante. Ver es pasivo, mirar activo. Mirar va más allá de la superficie corporal. Atender a las necesidades del otro, sus inquietudes, ilusiones, intereses y emociones. Ser responsable afectivo en ese espacio de intimidad compartida llamado sexo.
Las miradas adolescentes —también de algunos infantes— están siendo contaminadas claramente por el juguete estrella que todos llevan en sus bolsillos: el smartphone. Condicionando así la manera en la que entienden el mundo. Modificando la forma en la que construyen una mirada sobre sí mismos y sobre los demás. Re-codificando su manual de instrucciones para la vida.
Este acceso ilimitado a las pantallas ha permitido que se les cuele un elefante en su habitación llamado pornografía. Uno de los mayores ladrones de miradas hacia la sexualidad. Una mirada pornificada que convierte a las personas en cosas y hace que pasemos de ser alguien a ser algo. Un mal negocio. Cambiar un mirarte por un simplemente verte. Acostarme con tu cuerpo, sin acostarme contigo.
Nuestro cerebro es una masa de arcilla moldeable hasta el día en que morimos, pero muy vulnerable en las primeras etapas de la vida: infancia y adolescencia. La pornografía puede alterar los procesos cognitivos y emocionales necesarios para construir relaciones significativas, impactando y moldeando la autopercepción y la de los demás.
Este cerebro vulnerable se contamina por la “neurotoxicidad” de la pornografía, que siempre pide más. Una adicción caprichosa y mentirosa. Promete placer a los adolescentes, pero les secuestra su mirada y su desarrollo afectivo-sexual. La pornografía es un súper estímulo para el que ningún cerebro humano está preparado de forma natural, algunos le llaman la cocaína del sexo. Los sistemas de recompensa se deterioran, pidiendo a gritos cantidades cada vez más grandes para sentir los mismos efectos. Una tolerancia completamente intolerante con el desarrollo afectivo-sexual del adolescente.
Otras áreas como la corteza prefrontal —el CEO de nuestro cerebro— no se desarrollan con normalidad debido a este consumo masivo y repetido. Este CEO, encargado del control de los impulsos y la toma de decisiones ve frenado su desarrollo por el consumo adictivo. También, el sistema límbico, centro de mandos de nuestras emociones y los deseos, se hiperactiva. Esto hace que los jóvenes sean especialmente propensos a acudir a estímulos altamente gratificantes, algo que ya es propio de la adolescencia y se ve exacerbado por el consumo de pornografía.
La pornografía no solo refuerza patrones de consumo, sino que también influye directamente en la percepción de las relaciones sexuales. La exposición repetida a los contenidos violentos y degradantes que representa la pornografía, va produciendo una desensibilización hacia la agresividad y un deterioro de la empatía. En la pornografía la mujer siempre pierde. Reforzando esa idea misógina de que el placer femenino se basa en el sometimiento y el masculino en la dominancia.
La pornografía va construyendo un manual de destrucción masiva sobre el sexo. Sus principales dictámenes son la cosificación y la instrumentalización. Unas leyes de la sexualidad que premian el placer sin afecto y condenan la sensibilidad y la ternura.
Los estudios indican que el consumo de pornografía se asocia con la vivencia de un sexo con menor intimidad, menor empatía hacia el otro, menos satisfacción y menor placer sexual. Incluso pudiendo alterar la respuesta fisiológica de algunos jóvenes que la consumen de forma repetida y frecuente.
Se normaliza la agresión, se erotiza lo violento y se imita aquello que hace daño al otro. Una consecuencia de esta sexualidad en la que solo importo yo, y el tú desaparece. Una mirada instrumentalizada que afecta a la capacidad de las personas para desarrollar empatía y conexiones afectivas reales.
La esperanza es lo último que se pierde. La vida tecnológica actual está llena de retos, pero también de oportunidades. Hay muchas luces en las sombras. Solo hay que aprender a navegar en el oleaje. Nuestro cerebro es capaz de aprender y re-aprender, su neuroplasticidad nos permite que siempre haya margen de mejora. Como profesionales de la psicología y la sexología os recomendamos cuatro luces para alumbrar las sombras de la pornografía.
Me miras, luego existo. No lo olvides, hay esperanza.
Firma:
Alejandro Villena-Moya. Director del Proyecto de Salud Mental Piénsatelo Psicología.
Lucas Guallar Rodríguez. Psicólogo del Proyecto de Salud Mental Piénsatelo Psicología.