Era cuestión de tiempo que el éxito literario y fílmico de Harry Potter se aprovechase para continuar creando historias que tuviesen la enseñanza de la magia como motor de las aventuras. Si Hogwarts era un colegio para niños y adolescentes, era lógico que a alguien se le ocurriese que pudiesen continuar sus estudios y peripecias en la Universidad.
Ese alguien fue Lev Grossman, un estadounidense autor de tres novelas en las que Quentin Coldwater, el nuevo Harry Potter, lucha por dominar la magia y utilizarla sabiamente en un ambiente de universidad americana.
SyFy presenta ahora la adaptación a la pequeña pantalla de estas novelas. De momento, una temporada con solo trece capítulos rodados con los que intentará hacerse un hueco en el competitivo mundo de las series.
A pesar de la negativa de sus realizadores a que se le asemeje con Harry Potter, las similitudes son demasiadas: El protagonista, sus escasos compañeros, la presencia del mal, la institución educativa, los variopintos profesores y un largo etc de elementos que salen directamente del universo creado por Rowling.
La comparación es inevitable y sitúa las expectativas demasiado altas, ya que el público necesita algo nuevo. Y The Magicians, no lo ofrece. No solo saquea Harry Potter sino que también vemos ideas sacadas de Narnia y algunas otras de series como Héroes o The Librarians.
No ofrece tampoco un estilo definido. Hay demasiada mezcla de tendencias que van desde la retro-cursi al hipster pasando por el macarra de barrio y el dandy de los años veinte hasta llegar al skin o al punk. El campus es el clásico de las universidades americanas pero el variado desfile de ejemplares de las distintas tendencias juveniles resulta confuso y poco atractivo, aunque haya sido hecho con el claro objetivo de abrir Brakebills a todo tipo de gente (y la serie a todo tipo de público).
Algo parecido le pasa con la ambientación. Pretende contrastar el tranquilo y limpio ambiente universitario con la ajetreada vida de Nueva York. Sin embargo, esta última ciudad, tan conocida por todos los televidentes, se fotografía con un deslucido color grisáceo, como una acuarela con exceso de agua, y adolece de una tranquilidad inusitada por esos lares. Se nota demasiado que el rodaje no ha sido allí y tan solo unos planos de archivo nos sitúan en la ciudad del Empire State.
Y en cuanto al contenido, tampoco hay grandes novedades. El galimatías propio de los sortilegios, pócimas, poderes etc.; los seres extraños (en este caso moscas casi gigantes), las vueltas al pasado para encontrar respuestas y la intriga sobre las fuerzas del mal que pugnan por atraer a los magos jóvenes. Parece que la única aportación que se les ha ocurrido para distanciarse de los estudiantes de Hogwarts y de otras historias previas es introducir escenas de sexo y un original intento de violación a distancia.
Quizá los aprendices de magos se hayan hecho adultos pero a los guionistas que los quieren llevar a la pantalla les falta un par de puntos de madurez.
Firma: Esther Rodríguez
A Quentin Coldwater siempre le ha interesado la magia. Es un chico solitario que se refugia en los libros consciente de sus dificultades para las relaciones sociales. Va a terminar el instituto y el reto que le plantea la Universidad le somete a un estrés que le lleva a tener que pasar algunos días en un psiquiátrico.
Convencido por su mejor amiga Julia, se presenta a una entrevista para ir a Princeton pero la reunión no es lo que esperaba: hallan al examinador muerto y los pasos que dan a partir de entonces les transportarán fuera del mundo real hasta llegar a Brakebills, la universidad de la magia. Allí encontrará por fin su sitio aunque pronto comprobará que para algunos los poderes son un modo de dominar a la humanidad.
