Sin identidad se nutre de la no solucionada polémica sobre los bebés robados en España entre 1960 y 1990. Un tema demasiado actual y poco esclarecido que afecta a no pocas personas de diferente forma. Es, cuanto menos, imprudente tratar en una ficción seriada un caso cuyas investigaciones siguen abiertas, a no ser que se pretenda captar a la audiencia por el oportunismo y la crueldad del tema.
Tras esta premisa, Sin identidad se inicia con una deplorable escena de fuga que, para bien del espectador y de la ficción, conviene olvidar lo antes posible. Poco a poco, la serie se reconduce a un drama con tintes de investigación e intriga que despiertan cierto interés. La historia se divide en tres ejes temporales: el de María antes de ser encarcelada, su estancia en prisión y su vuelta vengativa. A modo de Conde de Montecristo, de quién la protagonista toma el apellido en un guiño poco avispado, la nueva Mercedes Dantés ha vuelto para enfrentarse a un pasado que el espectador va conociendo con más celeridad que los planes actuales de venganza.
Éste es uno de los primeros inconvenientes con los que tropieza la serie. Los guionistas se toman demasiado tiempo para relatar un pasado que, como todos sabemos, acaba mal. Así, el que haya buscado en Sin identidad una oferta al estilo Revenge que abandone temporalmente la serie. En la propuesta española sucede lo contrario a la americana: la acción principal es el flahsback que narra detalladamente los acontecimientos que llevaron a la protagonista a China, mientras los planes de venganza se muestran a cuentagotas.
Esta aclaración de los precedentes de la historia no sería un inconveniente si se hiciera con solvencia. Pero los detalles de la investigación, los encuentros fortuitos, los descubrimientos aleatorios y los sucesos sospechosamente oportunos hacen poco verosímil la crónica que más metraje ocupa. En su narración, por ahora escasa, las vivencias carcelarias y la vuelta a la capital bajo una falsa identidad no pronostican una mejoría en el guión (son típicos los diálogos entre las presas, la adinerada amiga que se lo entrega todo antes de morir o el alquiler del piso franco). Con dos capítulos emitidos, el relato, aunque diferente a todas las demás ofertas actuales y con algo más de intención, se retuerce entre generar dudas, solucionar conflictos, sembrar nuevas subtramas y contentar al espectador con un poco de todo: acción, intriga, romance y drama.
Por su parte, el rendimiento de los actores es desigual en su análisis. Destaca en positivo la protagonista, Megan Montaner, que enfrenta el drama con naturalidad y soltura. Correctos y sin estridencias actúan Tito Valverde, Eloy Azorín y Daniel Grao, aunque sus papeles tampoco dan muchas opciones. Sin embargo, Jordi Rebellón y Lydia Bosch parecen superados en esta tragedia televisiva a la que no se enfrentan con demasiada decisión.
El rodaje y la producción no añaden peros a Sin identidad. Se agradecen exteriores e interiores creíbles y, por pedir, se esperan pocas escenas de acción que mengüen la calidad del producto. Una vuelta más a los diálogos sería interesante junto con una revisión de los conflictos y sus desenlaces. Por lo demás, toca esperar la evolución de esta oferta que podría ser mucho mejor de lo que es.
Firma: Mar Pons
A punto de cumplir los 27 años, María Fuentes averigua, gracias a unas pruebas médicas, que sus padres no lo son en realidad. Adoptada en una maternidad madrileña llevada por religiosas, esta joven abogada, hija adoptiva de un juez, acaba investigando un caso de robo y compra ilegal de recién nacidos.
Diez años después, la protagonista consigue fugarse de una prisión en China y prepara un elaborado plan de venganza contra aquellos que le arruinaron la vida. El porqué acabó en la cárcel o quiénes serán sus víctimas y cómo se llevará acabo la vendetta son los tres ejes sobre los se desarrolla la ficción.
