Rosewood

Rosewood no se deja ningún cliché en el tintero. Bebiendo de todas las ficciones ya emitidas, la serie abusa de los lugares comunes del género: un protagonista capaz de ver lo que nadie ve, una detective destrozada afectivamente y enfadada con el mundo, un cuerpo de policía entre inepto y poco eficaz, un capitán magnánimo a su pesar, un secundario con pareja del mismo sexo y unos casos que se resuelven sin previo aviso.

Sin atreverse a cruzar ninguna frontera, la serie pretende su porción sensiblera añadiendo al protagonista una enfermedad incurable que, dicho sea de paso, es tan inverosímil como todo lo demás. El papel de la familia, las visitas al psiquiatra, los paisajes e, incluso, los diálogos caminan la ruta de lo previsible y lo formal. En definitiva, todo es aburrido y nada es estimulante en Rosewood.

Es innegable que, si alguien opta por seguir las aventuras de este forense, lo hará por su identificación con los personajes o por rellenar sus horas de ocio audiovisual, porque Rosewood no trata de atraer ni por sus esmerados guiones, ni por la originalidad de su presentación, ya que no cuenta con ninguna de las dos cosas. Más bien, la serie parece un espacio publicitario de coches, ropa o, incluso, de la ciudad de Miami y no una ficción sobre crímenes. Veremos lo que dura.

Firma: Mar Pons