La primera temporada de este serie suscitó interesantes cuestiones en el mundo de la ficción televisiva. Una de ellas era que no hacía falta centrar siempre las tramas juveniles en institutos, donde los alumnos tenían cera intención de estudiar, para conseguir atraer a la audiencia adolescente. Otra demostraba que se podía hacer un producto televisivo con una alta calidad de fotografía y una dirección sólida y esquiva de grandes efectismos. Y la tercera, y más empresarial, es que por primera vez el rey Midas del cine, Steven Spielberg, se interesaba por una serie de aquí.
En la segunda temporada, cuya audiencia fue decayendo en su pase en la autonómica catalana después de un estreno muy fuerte (842.000 espectadores y un 25% de cuota de pantalla en el primer capítulo), se mantienen esas cuestiones pero con algunas alteraciones, no siempre de saldo positivo.
El aspecto visual conserva una factura de calidad cinematográfica, pero las tramas pierden rigor narrativo, amenazas en numerosas ocasiones por una banda sonora omnipresente. Grabada en el Liceo por la Orquesta Sinfónica, nadie duda de su calidad sonora, ni de que es demasiado arriesgado no intentar crear pop hits melódicos que alimenten el fenómeno fan y el merchandising.
Sin embargo, esos clips eternos, de varios minutos por capítulo, en los que los personajes deambulan melancólicamente, a ralentí, por los pasillos del hospital o cualquier otro lugar, a ritmo de lacrimógenas notas musicales, no son el uso más bregado y complementario entre sonido e imagen que toda buena historia reclama.
En todo esto, se hace patente una clara fuga de compromiso con la calidad del guión, que hace mella no sólo en un lenguaje empobrecido y cargado de coloquialismos y expresiones ordinarias, sino también por la introducción de temas menos apropiados para el menor de edad.
No se trata de asuntos tan básicos como la muerte y el dolor en sus facetas naturales; aspectos que no hay que obviar jamás en la educación de un niño, y para lo que ayudan mucho los relatos literarios o audiovisuales. Se trata más bien de las tentativas de suicidio, la sexualidad fugaz y sin compromiso o en un contexto bien definido, así como un excesivo dramatismo que carga las tintas en el sentimentalismo de fácil hilvanamiento narrativo.
Esta segunda temporada contiene momentos de intensa sinceridad y autenticidad, sobre todo cuando algunos personajes se embarcan en los últimos momentos de su vida y calibran bien su esquema de valores. Pero también hay que resaltar el giro en el tono y estilo, que provoca un resultado más sombrío y gris en todo su conjunto.
Firma: Lourdes Domingo
Al final de la primera temporada, cada uno de los pulseras emprendió su propio camino: Lleó y Toni, dentro del hospital, y Roc, Jordi y Cris, fuera, intentando recuperar su vida y salir adelante.
La segunda temporada arranca con el grupo separado. Han pasado dos años desde el final de la primera temporada y los protagonistas ya no son los niños y niñas que se enfrentaban a las enfermedades sin saber qué significarían en su vida. Ahora ya lo saben. Son adolescentes, más sabios, más veteranos por todo lo que han vivido: el miedo, la rutina, los años, el cansancio, el deseo de ponerse bien…