La chica de ayer

Ernesto Alterio (Samuel Santos) encarna a un agente de policía que, después de un accidente, viaja al pasado y se encuentra en el año 1977. El hilo argumental de La chica de ayer ofrece muchas posibilidades y la serie sabe aprovecharlas en clave de humor y, a veces, en clave de denuncia social en favor del “progreso” y la “modernidad” que se vive en el siglo XXI.

El curioso elenco de personajes, desde el protagonista hasta el jefe de policía Gallardo (Antonio Garrido), otorgan a la serie el atractivo que quizá le falta a una trama previsible pero bien desarrollada. Cada uno de ellos tiene un pasado, una personalidad y unas ambiciones definidas y coherentes con su papel.

Las estética de los años 70 viene acompañada de policías que no reconocen los derechos de los sospechosos, que disparan y abofetean más de los necesario, que fuman a todas horas, dicen tacos a destajo y que no reconocen a la mujer en su trabajo. Por su parte, “los malos” suelen ser gente corrupta recién salida de una dictadura, con pocos medios pero muchos matones dispuestos a cualquier cosa. Las investigaciones criminales no se desarrollan en un laboratorio sino en la calle, los bares y entre la gente de barrio. Todos estos contrastes se aderezan con un buen trabajo de vestuario y ambientación.

En conjunto, y salvando algunas interpretaciones bastante flojas, La chica de ayer resulta un producto divertido, entrañable y entretenido para el público adulto. Aunque, siendo realistas más que pesimistas, habrá que esperar que el tiempo no la deteriore, como ha pasado con tantas otras producciones.