Hijos de la anarquía

Sons of anarchy llega a las pantallas españolas, cuatro años después de su producción y estreno en la Fox, precedida de una buena acogida por parte de la crítica y de un público fascinado por su estética motera y la contundencia de su trama y personajes.

La serie centra su acción en la rutina y luchas de una organización criminal que opera y controla la ficticia ciudad de Charming. Los enfrentamientos entre bandas, las traiciones internas, el poder, la ambición, los aires a tragedia shakesperiana, un sentido casi espiritual del grupo y un desinhibido gusto por las actitudes bruscas y agresivas hacen que esta ficción revise y pretenda renovar (principalmente a nivel formal y en su ambientación) las grandes constantes de un género que busca siempre, con mayor o menor sentido y fortuna, el retrato de la degradación del hombre corrupto, como ya hicieran, tanto en televisión  como en cine, obras del estilo de Los Soprano (a la que varios han comparado con la serie) o El Padrino.

No se puede negar una especie de poder de atracción casi irracional que este tipo de historias tienen hoy en día en el público. Sin embargo, detrás de eso y de una correcta factura técnica, Hijos de la anarquía no esconde mucho más que una vulgar mitificación de la decadencia moral, por mucho que Kurt Sutter, creador de la serie, se empeñe en introducir leves planteamientos y conflictos éticos que acaban siempre perdidos en las espirales de  violencia y brutalidad (física y, muy especialmente, verbal) de las que verdaderamente vive este producto.

Firma: Juan Xipell