Ghost Wars

Simon Barry, encargado de la nueva y feminista Van Helsing (¿dónde está Hugh Jackman?), es el responsable de esta propuesta de Netflix. Coproducida entre EE.UU. y Canadá, la ambientación en un pequeño y olvidado pueblo de Alaska parece el sitio ideal –no muy original– para reunir lo fantasmal y lo terrorífico. Y es que, lo que empieza siendo una serie de ciencia-ficción, se acaba convirtiendo en un temible escenario de criaturas de todo tipo.

A medida que avanza la serie, por la mente del espectador pasan historias ya vistas y contadas con mejor suerte. Elementos de Alien, Perdidos, El exorcista o incluso las armas de Los Cazafantasmas recorren las calles cada vez más desiertas y más sucias de Port Moore, al estilo western apocalíptico. Toda esta confluencia hace inverosímil la historia que, por otro lado, fluctúa sin mucho sentido de una escena a otra.

Se nota que, para alargar el guión, se introducen tramas aleatorias con poco recorrido y demasiado calado para que pasen desapercibidas. No se entienden algunas reacciones por inconexas o carentes de explicación. Tampoco convencen los caracteres y los afectos cambiantes según necesidades del relato.

Por su parte, las técnicas digitales son pobres y poco llamativas. Para compensar este déficit se recurre al terror que siempre funciona: el protagonizado por niños. Otro asunto que queda sin explicación convincente.

Al final, Ghost wars es un mejunje de efectos poco efectivos, de historias sin historia y de personajes sin personalidad. Un espacio que puede atraer a los amantes de lo paranormal, pero que a los demás nos deja tan fríos y desconcertados como sus fantasmas.