Upload

Greg Daniels llevaba tiempo sin estrenar. Consagrado por la exitosa adaptación americana de The office, logró crear y desarrollar durante siete temporadas Parks and Recreation, junto a uno de los genios de la comedia televisiva en Estados Unidos, Michael Schur.

Con Upload, un proyecto que llevaba fraguando bastantes años, regala un distopía disfrazada de color y altas resoluciones en píxeles. Es cierto que su propuesta presenta analogías con otros títulos que manejan los conceptos de un más allá paralelo, no trascendente y ligado a las nuevas tecnologías. No obstante, su hermandad con Black Mirror (por citar una de las más coincidentes en sarcasmo), aquí, se edulcora rápidamente con una latente fe en el ser humano.

Sin entrar en la cercanía con The Good Place (precisamente de su compañero de fatigas Schur y de la que afirma no haber visto nada mientras duró el proceso creativo y de producción de Upload), esta serie (que Daniels ha preparado para Amazon) recoge la fascinación milenial por la vida en la nube como una suerte de trans-humanismo, y la mezcla, en una salsa de ironía, con un conjunto de géneros que, hasta el momento, se saldan con desigual suerte.

Hasta el transcurso actual de la primera temporada, suspense, romanticismo, humor (salpicado de gotas de cliché gamberro y hueco) y cierta deriva hacia el drama social dejan al espectador navegando por sites tan diversos que no siempre alcanzan el buen puerto empático.

Los guionistas, con Greg Daniels a la cabeza, hacen equilibrios para aplicar los múltiples géneros con naturalidad. A veces, se pasan de previsibles y, otras, quieren saltar tan alto que a la trama le falta organicidad. Irremediablemente, esto le sucede también a la propuesta filosófica y antropológica.

La parábola sobre la mercantilización de la vida humana (con una clara crítica al idealismo-naif y perverso del joven digital y consumista) se cohesiona con la del capitalismo salvaje que ha contagiado también las relaciones personales. En este sentido, lo estúpido y trivial convive con lo profundo en esas combinaciones, supuestamente humorísticas, que desconciertan por lo que tienen de convencionales esos chistes pasajeros y tan fugazmente olvidables sobre sexualidad de usar y tirar (noctinder a la cabeza).

No obstante, en los altibajos narrativos, a Daniels le funciona muy bien la duplicidad de protagonistas. Nora y Nathan permiten no solamente jugar al ratón y gato o al clásico chico-chica, sino desarrollar conflictos paralelos, incógnitas comunes, dobles estadios emocionales y demás aspectos para provocar giros, desencuentros, encuentros y, sobre todo, movimiento en el guion.

Con sus peros y con sus muchos aciertos, la serie habla de un despertar a lo que todavía tenemos, de un salir de la narcotización de los vínculos reales, de reforzar las interacciones auténticas, de compartir y poner sobre la mesa lo que importa. Con parches, sí, y también poniendo un espejo de lo que nos viene encima y delante sino armonizamos progreso, consumo y dignidad humana.

Firma: Lourdes Domingo