El magnetismo del personaje interpretado por James Spader y el gran alcance de la trama conductora hacen que la serie sea adictiva e inteligente.
“Solo hablaré con Elizabeth Keen”. Estas cinco palabras pronunciadas en los primeros minutos, son el detonante de ocho temporadas cargadas de acción, misterio y, sobre todo, intriga. ¿Quién es esta chica y por qué el criminal más buscado por el FBI, Raymond Reddington, decide entregarse y proporcionarle una lista con numerosos terroristas? Aparentemente, esta premisa no es llamativa en particular y presagia otro producto policíaco más, del que se llegó a decir que caería en el olvido. No obstante, casi una década después de su estreno, The Blacklist renueva por una novena temporada gracias a sus buenos datos de audiencia.
Uno no empieza a verla por curiosidad, pues no es para todos ni se descubre como algo inédito. Sin embargo, cuando el espectador llega a ella, por casualidad o recomendación, se encuentra repentinamente absorbido y atrapado por una espiral de acontecimientos y técnicas que innovan el género. Y es muy complicado salir de ella, pues la serie es adictiva y está perfectamente hilada. ¿Pero qué tiene exactamente para provocar este fenómeno?
En primer lugar, su capítulo piloto es excelente –aunque quizá insuficiente para los más exigentes–. Tiene una gran entrada y presentación de protagonista, que no solo perfila la genialidad del rol, sino que establece los cimientos de un hilo conductor que engancha, y mucho. El modo de ir girando de manera brusca, sorprendente y creíble la relación existente entre Keen y Reddington así como de relacionar los crímenes de cada episodio es complejo y satisfactorio. Y siempre deja con ganas de más.
Por otro lado, James Spader soporta con gran destreza el peso de la producción. Su interpretación es magnética y es la razón de que el público reste importancia a los defectos, pues sus escenas ya valen la pena por encima de cualquier fallo. El personaje que encarna es asimismo magistral: oscuro pero carismático, enigmático, interesante, de dudosa ética pero extremadamente atractivo.
Además, la banda sonora y la ambientación también aportan dinamismo. Los diferentes escenarios que se visitan en cada caso y las canciones que los abren y los cierran son variados gracias a las posibilidades de la historia, que se sitúa en múltiples países, a pesar de ser un título americano.
Con todo, no se libra de deficiencias, como la coprotagonista, que muchas veces queda sobreactuada. O el surrealismo de algunas secuencias violentas, que elevan a los federales a la categoría de superhéroes inmortales. O la exageración de la trama, que por momentos parece que permite que Reddington tenga controladas a 3.000 de los 7.500 millones de personas que habitan el planeta.
De todas maneras, la coherencia con la que se enlaza todo y el fascinante trabajo de Spader hacen que The Blacklist sea una obra maestra a la que más vale llegar tarde que nunca y que la han hecho merecedora de varias nominaciones a los Emmy y a los Globos de Oro.
Firma: Patricia Amat
Raymond Reddington es uno de los criminales más buscados por el FBI. Un buen día, decide entregarse y colaborar con el equipo de agentes que quiere capturarle. Debido a intereses comunes, cree que su relación con el cuerpo de inteligencia será beneficiosa para todos. Sin embargo, Reddington impone una condición: solo hablará con Elizabeth Keen.
Elizabeth es una mujer casada, a punto de adoptar un bebé, que trabaja como perfiladora y ha sido contratada recientemente por el FBI. En su primer día, se ve sorprendida por las exigencias de Reddington, alguien a quien ella desconoce, pero que parece saber demasiado sobre su vida. La joven tendrá que valorar ser el punto de unión entre el terrorista y los federales ya que, si acepta, Reddington les proporcionará una larga lista de delincuentes.
