Ripley es un relato en ocho capítulos para disfrutar de un guion inteligente y unas maravillosas interpretaciones. Sin embargo, hacen falta aguante y estómago.
La novela de Patricia Highsmith, El talento de Mr. Ripley, ya fue llevada al cine por Anthony Minghella en 1999. Para la ocasión contó con la participación de Matt Damon, en el papel de Ripley, y Jude Law, en el de Dickie Greenleaf. Otros grandes de la pantalla, Alain Delon, Dennis Hopper y John Malkovich, también han cedido su rostro a Ripley. Ahora, Steven Zaillian (El irlandés) selecciona a Andrew Scott (Sherlock) para protagonizar esta nueva adaptación. Y las diferencias con los títulos que la preceden saltan a la vista.
Lo primero que sorprende es la elección del blanco y negro para la filmación íntegra de esta miniserie. Y más, si se tiene en cuenta que los bellos paisajes italianos y las obras de arte juegan un interesante papel en la trama. Sin duda, es una elección que tiene sus riesgos pero que le sienta muy bien a la historia tal y como la cuenta Zaillian.
La ambientación en una maravillosa década de los 60, donde los viajes son largos, la comunicaciones lentas y el anonimato sencillo, permite que se fragüe, poco a poco, el plan de Ripley. Y este ritmo encaja con la evolución –pausada, pero imparable– del personaje. Por eso es tan acertada la elección de Andrew Scott para el papel principal. Su brillante interpretación es tan versátil como el personaje al que representa.
Así, una cámara poco discreta a la que le gusta seguir de cerca al perturbado y melancólico Ripley, también nos regala preciosos dibujos generales de paisajes exteriores e interiores y algún que otro plano en el que no hacen falta las palabras. Imagen, música y una interpretación que nos golpea y nos inquieta es lo que le basta a esta historia para plantar el drama que se desata a partir del cuarto capítulo. Quizá, este largo preámbulo haga desistir a algunos espectadores, pero vale la pena aguantar para ver la eclosión del sociópata protagonista.
A partir de ese momento, la narración se acelera, incorpora personajes, posibilidades y dudas. La tensión acumulada se desparrama en un juego de persecuciones y mentiras donde, por supuesto, nos posicionamos a favor del malo y aplaudimos cada una de sus perversas y engañosas decisiones.
Firma: Mar Pons
Dickie Greenleaf es un joven estadounidense que viaja por Europa malgastando la herencia familiar. Su padre, Herbert Greenleaf, decide contratar Tom Ripley, antiguo amigo de su hijo, para que localice y convenza a Dickie de que ya es hora de volver a casa y sentar la cabeza.
Ripley, estafador de profesión, no duda en aceptar el encargo. De esta forma eclosiona la verdadera, compleja y sádica personalidad de Tom Ripley.