Los últimos zares

Todo empieza en un sanatorio de Berlín donde una chica que ha intentado suicidarse dice que es la princesa Anastasia de Rusia. ¿Sobrevivió a la masacre? A partir de aquí, la narración rebobina hasta la muerte de Alejandro II.

La presencia de historiadores de manera intercalada supone un acierto, ya que permiten dar credibilidad a la trama y sentir que no estás viendo simplemente una serie más, si no la historia de la antigua Rusia. Este es el quid. La parte de ficción da apoyo a la historia para contarla de manera más atractiva. Se humaniza a los Romanov, se empatiza con ellos pero, también, se remarcan con claridad las ideas tan equivocadas de la última de las monarquías absolutistas de Europa y el egoísmo de las personas.

Impresionan las imágenes reales, también intercaladas, de muchas de las masacres de esos años previos a la revolución de 1917. Y se muestra cómo los zares vivían a espaldas de un pueblo que sufría y la ausencia de un asesoramiento certero en las políticas zaristas.

Un personaje psicodélico es Rasputin. Ante la angustia y depresión de la Zarina Alejandra frente a la hemofilia del heredero, ella encuentra en él a la única persona capaz de “curar” a su hijo y, por ello, lo introduce en la corte. A partir de entonces, y viendo el poder que ejerce en Alejandra, será el que maneje las decisiones de los zares sin más.

A pesar de su interesante historia y de su buena factura técnica, no se pueden obviar lo explícito de unas escenas de contenido sexual que, por otro lado, no aportan nada a la historia.

Firma: Rosamaría Aguilar