La ley de Lidia Poët pierde su frescura al adentrarse en los barrizales del entretenimiento básico, rudimentario y llamativo.
Inspirada en un personaje real, si la auténtica Lidia Poët levantara la cabeza seguramente matizaría muchos aspectos de su personaje. Pero lo cierto es que no estamos ante una biografía, sino ante un producto cien por cien friccionado en el siglo actual. Y eso se nota desde la primera escena, pasando por el vocabulario y una banda sonora que nadie escuchó a finales del siglo XIX. Por tanto, el único hecho valorable a nivel histórico es la fama que, a partir de ahora, tendrá la desconocida Poët.
Por lo demás, la ficción hace un bonito trabajo de vestuario y de ambientación. La ciudad de Turín retrocede casi ciento cincuenta años para mostrarnos unas fascinantes calles llenas de carruajes, preciosos edificios, recargados salones y delicados trajes. Aunque toda esta belleza se enfrenta con la misma precisión a la oscuridad de los barrios de prostitutas y bares de opio.
Y aquí es donde empiezan los defectos de nuestra época. Una historia que podría haber servido de inspiración y disfrute para los más jóvenes, se corrompe con la tendencia casi obsesiva de mostrar burdeles, fumaderos de opio, cadáveres desnudos y mutilados en mesas de autopsia, prostitutas en acción y otras tantas vanas costumbres actuales. Todo lo cual embrutece el resultado de un precioso trabajo técnico. Quizá, imaginarse esta historia con casos de investigación a lo Agatha Christie es demasiado pedir.
Por otro lado, el elenco de personajes cumple sobradamente, en especial la protagonista Matilda De Angelis. No obstante, tampoco el guión está demasiado acertado con las tramas de folletín en las deben desenvolverse. Ya hemos visto casi de todo y, la verdad, aportan poco al género los romances de Lidia, los arranques adolescentes de su sobrina y las rigideces de su cuñada.
La ley de lidia Poët nos recuerda que somos esclavos del negocio del entretenimiento generalista y de que hay poca voluntad (o pocas oportunidades) entre los guionistas para ser a la vez originales, entretenidos y delicados.
Firma: Mar Pons
Lidia Poët ha nacido demasiado pronto. En la década de 1880 las mujeres todavía no podían ejercer ciertas profesiones y la abogacía era una de ellas. Sin embargo, Poët sí que pudo licenciarse como abogada en la Facultad de Derecho de la Universidad de Turín. Toda una contradicción.
Esta ciudad será testigo de la incansable lucha de Poët por ejercer la abogacía. Mientras el tiempo pasa y llega lo inevitable, Lidia decide trabajar con su hermano Enrico, también abogado. Juntos, harán frente a las injusticias para con sus clientes y, en especial, para con esta mujer adelantada a su tiempo.